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La semana ha estado marcada por la moción de censura que ha señalado el ocaso de un oligarca, y el apogeo de otro. Este no va más de la falta de representación que caracteriza al Estado de partidos, y del ninguneo a los súbditos de la monarquía neofranquista ha estado precedido de dos notorias muestras de la inmoralidad constituyente de los partidos del régimen; por un lado, el lider podemita y su consorte convocaban una consulta sobre la compra de un chalet de lujo entre las bases del partido, suspendiendo y sustituyendo todo juicio moral sobre tal incongruencia ideológica con una votación -cuyo resultado deja muy satisfecho al alcalde de Cádiz, aunque se sale por peteneras para no responder sobre el tercio de ‘noes’-, que sería óptima para ilustrar el concepto de “fundamentalismo democrático” creado por Gustavo Bueno; por otro lado, indigna saber que el líder de Cs llama “pasar pantalla” a obliterar un asunto políticamente finiquitado en su opinión, como la supervivencia de Rajoy, pues tal expresión incide en la superficialidad del juicio ético de tal partido, atento como el PSOE a actuar en función de las sentencias retransmitidas en los medios, y que no tiene empacho, por añadidura, en apoyar en Madrid al PP de la Gürtel y en Andalucía al PSOE de los EREs.

En cuanto a la propia moción, Juan Laborda afirma su necesidad, aunque peca de ingenuidad al tan siquiera imaginar que los partidos de esta oligarquía podría promover la separación de poderes, cuando su poder se basa en negarla minuciosamente. Por otra parte, El País insiste en un editorial en la defensa de los tópicos más prístinos de la partidocracia:

“Desalojar a Rajoy, insistimos, es un imperativo. Intentar gobernar sin apoyos o, peor, con unos apoyos contraproducentes, una imprudencia. Tal y como hemos sostenido, en aras de evitar la inestabilidad y la deslegitimación del sistema democrático, apelamos a una pronta convocatoria a las urnas en fecha pactada por todos los grupos parlamentarios que quieran garantizar la estabilidad y la gobernabilidad y que piensen que la solución más eficaz y más democrática es dar la voz a los ciudadanos.”

Esto es, el periódico principal sostenedor del régimen, enfrenta los términos “inestabilidad” y “deslegitimación”, frutos de la amenaza al consenso corrupto fundacional del régimen actual en cuestión desde el 15-M y la centrifugación nacionalista, a los de “estabilidad” y “gobernabilidad” que se recuperarían gracias a las votaciones que permiten renovar la falsa fe en que el sistema proporcional es democrático, cuando lo único que hace es refrendar la voluntad oligárquica de los partidos del Estado.

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