Claro

Oscuro

Con la democracia ocurre ya lo que, según Jardiel, ocurrió siempre con el talento, que es una cosa que todo el mundo alaba y nadie paga. Sólo hay que oír las deducciones mediáticas de lo del Brexit.
La democracia ha sido un grandioso paréntesis americano en la historia, pero en franca decadencia (desde antes, ay, de que el pijerío neoyorquino eligiera ser representado por Ocasio-Cortez). Su prestigio llegó a Europa con el millón de soldados, incluidos Patton y MacArthur, que Wilson envió para ayudar a quitarnos del pescuezo las manazas alemanas. Su pretexto, dirigido al pueblo americano, fue que venían a “defender la democracia”, de la cual lo más parecido que los europeos hemos visto es la ciática de Juncker y el “que te pego, leche” de Donald Tusk.
Los juristas franceses sustituyeron la escolástica religiosa que justificaba el derecho divino de los reyes por la escolástica laica que justifica el derecho divino del pueblo, con lo cual estamos en las mismas, que hoy es Macron, un Capetín sin árbol genealógico. Los juristas alemanes inventaron el Estado de Partidos, una teología protestante para “integrar” el partido único, que hoy es frau Merkel, la Gran Madre sin hijos. Y los juristas americanos andan divididos en originalistas de Hamilton, que serán arrasados por los nuevos bárbaros, y relativistas de Rawls y de Rorty que reparten café y simpatía en la muralla californiana de Jericó: por el agua de Jericó surgió el Estado y por la muralla de Jericó sucumbirá el imperio, rompiendo, como Roma, en guerra civil que convertirá en dictador al vencedor.
–¡Abajo el Derecho! –fue el grito universitario en el pre-sovietismo.
El capitalismo es una aspiradora que recuerda al simpático perro labrador que tenemos en el sofá de casa, y por eso no escandaliza que ese capitalismo acabara adornándose con la careta artística (¡el arte igualitarista!) del primer sovietismo. Su deseo, con la socialdemocracia, es repetir la jugada y adoptar su careta política.