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Me gusta denominar esta etapa política que vivimos como el Tardofranquismo, que comenzaría según los historiadores oficiales en el 1969, pero que según mi criterio aún no sabemos cuándo va a acabar. Siendo yo joven, me temo que ya no verán mis ojos tal final, como diría Don Antonio. Aunque como nos enseñó el maestro, el nombre técnico sea oligarquía de partidos, el dictador ha ido marcando paso a paso cada etapa de este régimen. Desde el enterramiento a la profanación, de la ley a la ley, el nudo gordiano del caudillo aprieta nuestros cuellos. La ignorancia democrática –o ignorancia a secas– es el cimiento del régimen y la corrupción el factor de gobierno. El desdichado pueblo español se ha ido dejando llevar a la deriva por unas élites político-empresariales, que con cada golpe de mar, hacen que el buque esté en ciernes del hundimiento. Oleada tras oleada de oligarcas que ha ido trayendo este régimen, ha dejado como grandes estadistas a las anteriores, que ya es decir. Cualquier día aparecerá un cerdo (en el noble sentido de la palabra) en el banco azul del legislativo y nos hará sentir más tranquilos, como ya pasó en tiempos de Calígula.

Uno de los fenómenos que a mí me ha llamado más la atención en los últimos años es el de las comisiones parlamentarias, en torno a asuntos que debieran estar judicializados. Si bien todos sabemos que es la misma oligarquía la que juzga, legisla y ejecuta, no me deja de sorprender este denodado esfuerzo de fingir justicia y democracia. Siendo totalmente una farsa para los que conocemos el A, B, C de la ciencia política. Esta especie de comisión político-judicial sin ninguna consecuencia legal ni administrativa, salvo el machaqueo cerebral al personal en los medios de comunicación, esconde obviamente lo contrario de lo que se pretende fingir. Diluir los asuntos de la corrupción e incompetencia de los políticos y empresarios del régimen Tardofranquista y dejar sin ningún tipo de consecuencia real a los actos criminales con los que nos deleitan a diario.

Una nueva degeneración política ha aparecido con más énfasis que nunca en estos días junto a la peste, “Los expertos” ¡Eureka! A mi entender, con el mismo leitmotiv que las comisiones político-judiciales, el eludir todo tipo de responsabilidad del victimario jefecillo de partido o cargo político de turno. En un esfuerzo de positivismo, este no tan nuevo modo opusdeista de gobierno, nos deja leer entre líneas que los mismos políticos se consideran a sí mismos lo suficientemente inútiles, para tener que dejar los asuntos de importancia en manos de una pseudo élite tecnocrática. Cabría entonces preguntarle al oligarca, si para los asuntos importantes necesitamos expertos ¿Acaso no son todos los asuntos del gobierno de la nación importantes? ¿Para qué les necesitamos entonces? Pues váyanse ya de una vez todos al carajo. 100 expertos en reconstrucción económica, 200 en pandemias, 5000 expertos en calentología, 50.000 expertas en feminicidio. La mayoría se presumen como gente que no serían elegidos ni en su comunidad de vecinos para llevar el control de los puntos de luz. El mismo principio base de torturarnos machaconamente con las ideologías globalistas de este siglo y evitar toda asunción de responsabilidad sobre una gestión sin gobierno, que es y se avecina que será catastrófica en los próximos años.

Junto al nuevo gobierno de los expertos en saquear, también la supuesta pandemia nos ha dejado ver con meridiana claridad otra verdad de la actuación parlamentaria. La nueva normalidad –ni nueva, ni normal- nos muestra como el distanciamiento social ha hecho que acudan muchos menos representantes de distrito, perdón, empleados de partido al parlamento y senado. Nadie se habrá sentido menos identificado que antes, sencilla empresa. Pues en este régimen con 5 o 6 diputados en total y los comités de expertos, serían suficientes para el normal manejo de todo el sistema y la representación eficaz de cada partido, es decir, de su jefe o dueño.

No digo yo que la clase política no necesite centenares o decenas de miles de asesores, pero es realmente lamentable como nos sitúan ante esta nueva farsa de “Los Expertos”, pónganse los cinturones. El carácter religioso de la ciencia moderna es el bastón de apoyo al rechazo de toda responsabilidad –lo dicen los expertos, como antes lo decía la divinidad-. El tardofranquismo, aunque sea tecnócrata, no deja de ser una vulgar dictadura, una oligarquía de listos, nunca mejor dicho. Asolarán todo lo que queda de fértil, desde Finisterre a Tarifa, hasta su extenuación. Cuando llegue la libertad política, hoy o dentro de un siglo, la historia o los tribunales tendrán que juzgarlos y los expertos –de existir y querer dar la cara- simplemente serán los testigos de la defensa, hoy conocida como fiscalía, si es que no están también encausados por colaboración con organización criminal.

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