Claro

Oscuro

Debate en Antena 3 (foto: P. Socialista) La vergüenza del clima político europeo llega a su apoteosis con la celebración de unas elecciones parlamentarias en que los ciudadanos elegirán una oscura ideología, mal encarnada por un partido político concreto que dictamina quiénes serán sus miembros electos; donde el parlamento no puede controlar al ejecutivo, a saber, parlamenta para nada o para constatar el anónimo dominio de lo incontrolado; y en que no hay el menor rastro de participación (en forma de representación) de los ciudadanos europeos sobre los asuntos que les incumben en cuanto tales. La farsa ya no da más de sí.   Ausencia de verdadera política porque existe un consenso previo sobre todo lo humano y divino (“Por todas partes se da una tendencia común, casi preconcebida, como si la gente hubiese llegado a un acuerdo general”), que aspira a dibujar la divergencia con colores antidemocráticos. Esto último se esfuerzan denodadamente los partidos en expresar. Es tal su desfachatez que incurren una y otra vez en la contradicción de llevar ante los tribunales a quien se expresa libremente, cuando su propia Constitución se vanagloria de garantizar tal posibilidad.   Su mutua “oposición” es la de dos niños que se pelean por un juguete, y quien denuncia esta ridiculez, ya sea articulada o intuitivamente, es condenado al silencio, o a las mazmorras de la “información alternativa”… donde por otro lado se gesta una revolución. Internet tiene a la prensa aterrorizada. Su oportunismo no puede durar.   El clima político es idéntico al que se refería Dostoievsky hace más de un siglo: “Esencialmente aquí todo el mundo, sin pensarlo siquiera, sospecha que el resto son estúpidos, sin preguntarse a sí mismos: ¿no seré yo el estúpido? La situación es en general satisfactoria, pero al fin y al cabo nadie está satisfecho, y todo el mundo está rabioso. Además en nuestros días una meditación considerada está cerca de lo imposible: es un lujo demasiado caro. Es verdad que las ideas se compran y se venden gratis, pero en último término acaban por ser más caras” (Diario de un Escritor, 1873). Y la partidocracia europea se ha asegurado de que semejante clima no sea solo de naturaleza social o psicológica, sino institucional y política. Elecciones, en fin, de imposible sorpresa y de nula transcendencia política.

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