Claro

Oscuro

Mientras duró como hábito general de pensamiento y de conducta, mientras manaba como fuente común de ilusiones de superioridad, mientras la época cubría el alma desangelada de un pueblo viejo con los mantos de nocturnidad de la guerra fría, el franquismo expresó la ideal cordura de la inmensa mayoría de españoles, y sus escasos opositores, la locura. El Régimen que surgió de la Guerra Civil no se percibía desde dentro como algo extraño a la naturaleza o a la sensatez. Era de sentido común que los vencidos hicieran suya, primero para sobrevivir y luego por hábito, la moral de victoria de los vencedores. Porque la dictadura y la esclavitud no son más contrarias a la naturaleza humana que la democracia y la libertad. La subversión secreta y la disidencia manifiesta, en sociedades uniformadas, no tienen el sentido de heroísmo que se supone, sino el de extrañeza y curiosidad ante la impertinencia de la extravagancia. Peligrosa para la cordura general como la de un loco. Era consecuente que nos encerraran. Muy pocos aprendimos, con la libertad dentro de los muros y la falta de libertad fuera de ellos, que todo pueblo puede hacer de su locura moral una norma, y de la edificación política obrada de arriba a abajo, un manicomio.

El momento más delicado de la locura es, como se sabe, el de su curación. Si no se reintegra a los hábitos generales por métodos pacíficos, debe ser aniquilada con descargas de energía externa que aplomen las de su singularidad interior. Electrochoques para locos individuales y derrota bélica para locos colectivos. Modos violentos de anular al que desafía convenciones más amplias que las de su propia locura. Pero la demente obsesión por la paz, sin peligro de guerra civil, en un pueblo habituado a la unidad de pensamiento que acompañó al dictador hasta su tumba, ideó un modo menos cruento y más lógico para salir de su normal locura.

Si la cordura se define, como normalidad, por la generalidad del hábito, no habrá locura si todos, dementes y sensatos, acuerdan vivir como locos y generalizan la locura. Bastó que los alienados en uniformes, gestos y torturas de manicomio, y la cordada de presos con reprimidos, acordaran demudar, juntos, la unanimidad forzosa por la unanimidad pactada, para que la taumaturgia curase una locura norma! por medio de otra: la normalidad del Reino de un partido, a la fuerza, mediante la normalidad de la Monarquía de varios, por consenso. Una curación que expresa la cordialidad de la nueva cordura cuando media España vota a una banda de asesinos y ladrones, y la otra media a la banda que los indulta. Pero, y en esto está el progreso, los que consideraban locura a toda normalidad no democrática, o sea, toda cordura por consenso, somos ya muchos menos. La locura actual integra más ciudadanos. La insensatez desaparece como vicio cuando se generaliza como virtud. Y lo insensato es alzar la voz contra la necedad común.

Porque la verdad de las ilusiones, como la de los sueños, no se comprende ni se alcanza sino al despertar. Debemos estar soñando si la cordura lleva a la destrucción del propio país. ¿Acaso no definen la locura la imaginación de imposibles autonomías y los hábitos que conducen a la disolución de la propia identidad? ¿No es locura ignorar la identidad nacional y del idioma propio? Los médicos reconocen al loco en lo inapropiado de sus palabras, en lo insondable de sus silencios, en su miedo a lo inexistente, en sus manías obsesivas, en su crédito a las propias mentiras. ¿En qué régimen vivimos? Por su lenguaje idiotista, sus abisales silencios, su mitomanía, sus obscenidades, sus idolatrías, su necesidad de terrorismo, su culto a la deslealtad, su pérdida de memoria, sus diezmadas culturas, sus crímenes de Estado, su falta de justicia y sus indultos de Gobierno, se reconoce al instante el Régimen de vida, en manicomio estatal, de los locos normales.

LA RAZÓN. LUNES 7 DE JUNIO DE 1999


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