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Oscuro

La existencia de fondos reservados a disposición de las autoridades, para que suplan su incompetencia profesional con criminales a sueldo, delata la naturaleza de un poder que se declara impotente para cumplir su deber en un Estado de Derecho. Si las autoridades de otros países también se rebajan a la altura de las alcantarillas, eso sólo demuestra que el Estado de partidos, como el territorio de las mofetas, confía en todas partes su defensa al hedor de lo que tocan. Pero las revelaciones de EL MUNDO han puesto la crisis de España, por la precariedad de su estado económico y cultural, en situación política más acuciante que la de Italia. El reparto entre altos cargos de los fondos destinados a comprar delincuentes provocó tal repugnancia en los estómagos italianos que les hizo desertar en masa de un Régimen como el nuestro, y de una clase política como la que nos gobierna. Ahora ya sabemos que el Estado de partidos, además de ser incompatible con el Derecho y la honestidad pública, hace delincuentes a los más altos cargos del Gobierno. Los bajos fondos llegan a los más bajos destinatarios. Falta por saber si vamos a reaccionar con más talento previsor que los italianos o si nos perfumaremos en casa para hacernos la ilusión de que huele bien el «hábitat» de mofetas donde vivimos.

Como el Estado no puede garantizar la felicidad de nadie, salvo la de su clase gobernante, el libre desarrollo de la personalidad, atendiendo a las solas exigencias de un egoísmo inteligente, necesita que la política proporcione las condiciones sociales indispensables para que sea posible la búsqueda privada de la felicidad. Aparte de que el individuo debe satisfacer los instintos derivados de su naturaleza social, la verdad es que no puede disfrutar de un islote de riqueza personal en un mar de pobreza colectiva, ni de un brote esporádico de conocimiento en un manantial permanente de ignorancia, o de un rasgo de belleza en un patrón de fealdad, ni de una vida moral en medio de la inmoralidad política. Y bajo las condiciones de pobreza, ignorancia, fealdad e inmoralidad que nos ha impuesto la salvaje política de la transición, se ha hecho ya imposible una vida satisfactoria. La aspiración a la diferencia, como fuente genuina de placer, ha de contenerse dentro de los límites del decoro que la convivencia exige. La extrema degradación a que ha llegado la vida pública, por culpa de la ingenuidad de los españoles ante el régimen de partidos, al que confunden con la democracia, no permite el refugio de la dignidad en la vida privada.

La España ilusa, cada vez más pequeña, espera que la España inmoral, cada vez mas grande, cambie de partido gobernante para recomenzar la misma historia. Pero ha llegado la hora de saber que, sin un cambio de régimen, caminamos inclinados hacia una catástrofe. Porque España se define hoy por un régimen político que declina el derecho de los gobernados a elegir y deponer a sus gobernantes, en favor de un clan de jefes de partido, y por un sistema económico donde sólo un español de cada cuatro soporta la producción nacional y las cargas del Estado. Para salir de la crisis económica hay que pagar el precio de entrada en la crisis política, antes de que la causa particular de los aparatos de partido termine de arruinar la causa general de España. Si el oportunismo de la transición necesita agotar la experiencia de gobierno del partido fraguista, que lo haga cuanto antes. Pero que lo haga con los votos de la España ilusa y de la España inmoral. No con los de la España democrática que están aún por estrenar. Se puede cambiar de gobierno por vía parlamentaria, con una moción de confianza, sin necesidad de nuevas elecciones. Pero un cambio de régimen es asunto de los ciudadanos y de la sociedad civil. Donde se está ya fraguando la conciencia política que dará la hegemonía a las ideas democráticas. La solución constitucional cristalizará, sin predeterminación, a la menor oportunidad.

EL MUNDO. LUNES 14 DE MARZO DE 1994


Blog de Antonio García-Trevijano

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