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Uno supone que en la oposición venezolana todos estamos luchando por lo mismo. Sin embargo, no es así. Hay inmensos sectores que luchan por derrocar a la tiranía y restablecer la libertad, pero estos siempre terminan chocando con las propuestas de negociación, elecciones y transición que proponen los partidos de la MUD.

El problema es la concepción que tiene un sector acerca del régimen y la forma para salir de él. Quienes proponemos su derrocamiento, vemos rasgos inconfundibles de una dictadura militar que solo saldrá del poder por la fuerza. No se trata de hacerle apología a la violencia, sino de ver la realidad como es y asumirla. Por otro lado, quienes sugieren enfrentar al régimen en una mesa de negociaciones o en unas elecciones amañadas, creen que estamos frente a lo que eufemísticamente llaman un autoritarismo competitivo.

La caracterización que se asuma define entonces, de forma consecuente, las estrategias políticas. Se trata de un asunto político y, si se quiere, hasta filosófico, que define la naturaleza de la lucha contra el régimen. Quienes están convencidos de que el régimen de Maduro es tan solo un gobierno ineficiente y autoritario, promoverán siempre elecciones para enfrentarlo como lo han hecho en estos últimos 19 años. Por otra parte, quienes entendemos que esto es una tiranía que despliega toda su fuerza para masacrar a su propia población civil, sabemos que jamás saldrá con elecciones.

Por eso la MUD, que representa la quintaesencia del oportunismo político, insiste en tratar de encontrar maneras para embaucar a la gente con el único tablero que conoce: el electoral. Fuera de ese contexto, la MUD luce confundida y errática. Para ellos, la única forma de lucha política es la que degenera en costosas campañas de publicidad y mercadeo. Las protestas de calle y la rebelión ciudadana le resultan categorías de lucha sumamente extrañas y complejas, como lo vimos el año pasado cuando convocaron a la calle y luego no supieron qué hacer.

Consecuentes con su visión maniquea y alterada de la realidad, la MUD y sus partidos proponen, como solución al colapso de la república, la selección de un candidato presidencial por consenso o por primarias para medirse con el candidato del régimen. Cuando les recordamos los argumentos que la misma MUD nos ha explicado con detalle sobre la sofisticación del megafraude electoral, entonces responden: “no importa, hay que participar aunque sea con una candidatura simbólica como acto de protesta”.

Estas concepciones débiles, entreguistas y claudicadoras son las que han frustrado los esfuerzos para salir del régimen todos estos años. La MUD es una oposición que está diseñada para campañas de marketing político en tiempos de paz. No es una oposición con la claridad, el temple y el compromiso que se requiere para liderar la rebelión ciudadana contra la narcodictadura.

La última expresión de estas debilidades fue el llamado agónico del dirigente de Voluntad Popular, Luis Florido, quien pidió que “se escoja un líder para unir a la oposición y sustituir a la dictadura”. Esta es la visión mesiánica y caudillista de la política que tanto daño le ha hecho a Venezuela antes y ahora. Es la idea de que un solo hombre, el candidato presidencial, el mesías, vendrá a resolver todos los problemas y salvarnos, como ofreció Hugo Chávez en 1998.

Aun suponiendo que a ese hombre o mujer le dejaran ser presidente, ¿cómo podría él solo resistir las presiones del aparato político, financiero y militar del Estado chavista? La idea de un candidato que una a la gente en torno a su mesiánico carisma no es más que otra falsa ilusión electoral para distraer la verdadera lucha contra la tiranía, cuyo escenario natural es la calle. En lugar de un candidato presidencial tan simbólico como un jarrón chino, lo que necesitamos es una verdadera unidad de propósito en torno a la causa que inspira esta lucha. Desde el 2010 escuchamos el grito de los estudiantes en la calle: “¿Qué queremos? ¡Libertad!” ¿Es tan difícil entenderlo?

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