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La anaciclosis es una teoría política griega fijada por Polibio en el libro VI de sus Historias, que fue por primera vez esbozada por Platón en el libro VIII de La República. De acuerdo con la concepción ahistórica, atélica y degenerativa del tiempo propia del espíritu griego (piénsese en el mito de las Edades) tal teoría establece un ciclo degenerativo y cíclico de los tres regímenes políticos o “constituciones” virtuosos: la realeza degenera en tiranía, que se resuelve en aristocracia, que a su vez degenera en oligarquía, que desemboca en democracia, que cae finalmente en la demagogia u oclocracia, y vuelta a empezar.
Tal teoría, ajena ya en su esencia fatalista al pensamiento histórico que caracteriza a nuestra cultura judeocristiana, puede ser usada sólamente como variable comparativa. Así la tiranía franquista dio pasó a una oligarquía de partidos (sin pasar, desgraciadamente, por nada que se pareciera a una aristocracia, a menos que se quiera atribuir en grado sumo alguna de las virtudes clásicas a personajes históricos como Juan Carlos I, Suárez, Carrillo, Fraga o Felipe González), según el modelo consagrado en Europa tras la Segunda Guerra Mundial.
Esta semana nos hemos encontrado con el caso de un oligarca como Pedro Sánchez reprochando a un tirano como Nicolás Maduro su falta de democracia, y exigiéndole la celebración de elecciones, tras la autoproclamación del presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como presidente interino.
Esta paradoja espacio-temporal en el terreno de lo político ha sido resuelta por Maduro respondiendo a Sánchez que si quiere elecciones que las convoque en España,”porque no es el presidente español elector por ningún voto popular”.
Desgraciadamente, ninguno de estos dos personajes sale del marco referencial de la partidocracia y su fraude representativo. Por un lado, Sánchez propone con los eurooligarcas de la UE -igual que hizo Rajoy en el caso de Cataluña- la celebración de votaciones para legitimar, en el fondo, el statu quo; y, por otro, el tirano venezolano desprecia la falsedad de las votaciones en un sistema proporcional de listas de partidos como instrumento de la libertad política colectiva, y la representación ciudadana. Maduro, a diferencia de Sánchez, ya no necesita disimular mediante unas votaciones -que no elecciones- que en una partidocracia quien controla el poder ejecutivo controla también el legislativo y el judicial, quedando fuera de control: la dictadura perfecta.

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