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JESÚS MANUEL MORA.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, define la mentira como: 1. Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa.

La palabra procede del latín mentiri y ésta a su vez puede ser traducida al español como: mentir, burlar, engañar o tentar.

 Sin embargo, a pesar de la escueta definición que nos ofrece la RAE, el término ofrece un peso específico, es decir, una importancia más que notable en el marco de las sociedades humanas.

Adicionalmente, se hace necesario señalar desde el inicio y en relación con la acción que la mentira es también la inducción al error y más aún, el acto de fingir, mudar o disfrazar una cosa, haciendo que por las señas exteriores parezca otra y también faltar a lo prometido o quebrantar un pacto.

 Volviendo a la mentira en las sociedades humanas, la etnografía pone de manifiesto que en los pueblos bárbaros o salvajes se observan dos posturas relacionadas con su utilización. Estas se pueden diferenciar en cuanto a que la aplicación de la fórmula tenga su destino sobre los propios integrantes de la tribu, familia o clan, o bien, sobre individuos extranjeros.

Por su cercanía cabe destacar que Pitágoras afirma que los hombres se convierten en dioses cuando son veraces, y que Platón escribe que el hábito de la mentira afea el alma y considera que el camino que conduce a los dioses, es la verdad. También Solón proclama en sus máximas las excelencias de la verdad. Los romanos del tiempo de la República se enorgullecían del contraste entre su bona fides, la falsedad de los griegos y la perfidia de los fenicios.

Entre los antiguos pueblos escandinavos la mentira se presenta como uno de los actos más despreciables hasta el extremo de que, en ocasiones, se podía llegar a disculpar o a perdonar el robo o el homicidio cuando eran cometidos con conocimiento o en presencia de otros. Sin embargo, se hacía caer todo el peso de la ley cuando el culpable cometía los delitos a escondidas o negaba los hechos al ser interrogado.

El Senchus Mor señala que la mentira priva al hombre de la mitad del precio de su honor.

Para el pueblo hebreo, Dios prohíbe la mentira y el falso testimonio de una manera expresa como se recuerda repetidamente en los textos del Antiguo y Nuevo testamento. En el Levítico, Éxodo, Libro del Eclesiástico, Libro de los Proverbios: «…el Señor abomina de la mentira y ésta hace perecer al embustero mortificando eternamente su alma…», y añade el Apocalipsis: «…en aquel lago que arde con fuego y azufre…». En la Biblia, el demonio engaña a Eva haciéndose pasar por serpiente, Caín miente al señor afirmando ignorar dónde se encuentra su hermano, Herodes miente cuando manifiesta a los magos que desea adorar a Jesús, los judíos mienten cuando acusan al Salvador delante del tribunal de Pilatos. En el Evangelio según San Juan Jesús afirma que el demonio es el padre de la mentira.

 Santo Tomás: «Siendo las palabras naturalmente ordenadas a manifestar los conceptos del entendimiento, es contrario al orden natural que uno manifieste por la palabra lo contrario de lo que tiene en la mente.»

Kant condena la mentira sin apelaciones en Über ein vermeintes Recht aus Menschenliebe zu lügen (Sobre un presunto derecho a mentir por filantropía, trad. de J. M. Palacios, en Kant, I., Ideas para una historia universal en clave cosmopolita y otros escritos sobre filosofía de la historia, Tecnos, Madrid, 1987): «un crimen que el hombre comete contra sí mismo, y una indignidad que le hace despreciable a sus propios ojos».

A la mentira, también se reducen la simulación, la hipocresía, la adulación y la jactancia.

Si bien la mentira se puede diferenciar en: inocente, perniciosa, oficiosa y jocosa, cabe destacar que aún no pasando per se de pecado venial, cuando se opone a la caridad o a la justicia; como sucede con la perniciosa, se transforma en pecado mortal: «así peca mortalmente aquel que miente poniendo un falso testimonio grave».

Entre los veddahs de la isla de Ceylán, actual Sri Lanka, es proverbial el amor a la verdad, considerando los nativos que es inconcebible que una persona pueda incurrir en el feo vicio de la mentira. Los auténticos veddahs de los bosques odian tanto la mentira que soportan los peores males antes que incurrir en ella. Algunas tribus de la India siguen la misma conducta. Fawcett, en su libro On the Saoras (pág. 17, Bombay, 1881), cuenta que cuando los saoras cometen una mala acción, aunque sea un asesinato, la confiesan en el acto, explicando las causas de su conducta. Forsyth, en su Highlandas of Central India (pág. 164, Londres, 1871), que los montañeses de las tribus de la India Central son los hombres más refractarios a la mentira, confesando siempre sus acciones por repugnantes  que sean. Los Korwas se niegan a mentir aún cuando en ello les vaya la vida o la libertad.

El amor a la verdad era una de las virtudes características de los antiguos pobladores del Imperio Ruso. Para los chuvashes el culto a la verdad constituía una especie de fanatismo y algunos viajeros afirmaban que los barabinzes desconocen el fraude y el engaño; los tungunes consideran a la mentira algo totalmente absurdo, los Kurlinianos cumplen siempre sus contratos con la más absoluta fidelidad fiándose de las palabras de sus amigos mucho más que de los documentos. El padre Veniaminof indica que los aleutianos detestan la mentira ofendiéndose cuando alguien duda de la veracidad de sus afirmaciones. Morgan y Rochéster manifiestan algo parecido de los iroqueses, Eastman de los dakotas y Mac-cauley de los indios semínolas.

 Sin embargo en otros pueblos la mentira es algo considerado hasta honroso cuando el engañado es algún extranjero. Wells Williams, en su The middle kingdom (vol. I, pág. 834, Nueva York, 1883), manifiesta que los chinos mienten casi siempre en los negocios de comercio, no sintiendo el menor rubor cuando se les hace notar su falta, pues creen que los dioses no castigan nunca la mentira.

Empero Confucio en muchas de sus máximas recomienda la sinceridad y la buena fe, aunque algunos de los grandes moralistas chinos como Mencius y el propio Confucio recomiendan la mentira en determinados casos, sobre todo cuando del conocimiento de la verdad pudieran deducirse graves perjuicios para la familia o para la Nación.

La mentira es considerada por muchos autores como el vicio nacional de los indios hasta el punto de que su testimonio es considerado sin valor tanto en los asuntos públicos como en los privados. Naturalmente, esta tendencia a la falsedad aumenta cuando el indio trata con algún extranjero o con los representantes de la administración inglesa.

Pero es mentira, por la ocultación y por el fingimiento de dejar creer a los demás que la reforma de la Constitución Española; en relación con el artículo 135, fue una imposición de la UE a través de la carta secreta enviada por el Sr. Trichet. Y es una falta a la verdad que dicha reforma se encuentre exenta de afectar al Título primero de la Primera Ley. Y así, está lejos de ser cierto que dicha reforma pudiese ser acometida a través del método indicado en el artículo 167 y es verdad que debía haberse utilizado el procedimiento que refleja el 168.

Y es cierto que el perjuicio que esta ignominia infringe al pueblo español y por haber sido sancionada por un extranjero, en el sentido de persona cuyo lugar de nacimiento se encuentra fuera de España, y cuyos caracteres fenotípicos están lejos de corresponderse con los del español medio; ésta, deja de poderse considerar, a tenor de las reflexiones que suscitan los estudios etnográficos, como una falsedad o falta a la verdad que tenga repercusión positiva sobre la Nación, sobre la Tribu o sobre familia alguna española que sea distinta de la familia de aquellos que la han cometido.

 

Bibliografía: Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana. Espasa-Calpe S.A. Madrid, Barcelona. Tomo XXXIV, págs. 742-747.

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