Claro
Oscuro
El presidente Bush ha planteado a las naciones del mundo una alternativa irreal. No como dilema lógico, pues no contiene un silogismo «cornutus», donde elijas lo que elijas resultarás empitonado por uno de los dos cuernos. Ni EEUU es alternativa al terrorismo ni el terrorismo una alternativa a EEUU. La frase está compuesta como proposición disyuntiva de índole excluyente: «o con nosotros o con los terroristas». La elección de uno de los términos excluye al otro. Pero no hay libertad de elección entre objetos de presentación emotiva, cuando uno de ellos se afirma como valor absoluto (hermoso, verdadero y bueno) por contraste con el disvalor total que representa el otro (feo, falso y malo). Este maniqueísmo permite al presidente Bush rentabilizar el dolor injusto, identificándolo con EEUU, lo cual es legítimo, a la vez que presentar a su nación, dignificada por el dolor, como lo incondicionado e incondicionable, pues toda razón o interés que la condicionara estaría con el terrorismo, lo cual es lógicamente absurdo, moralmente ilegítimo y políticamente incorrecto.
En el contexto donde Bush plantea esta endiosada disyuntiva, los «países y regiones» del mundo se encuentran en la alternativa siguiente: «o están con (todo lo que haga) EEUU por razón del 11 de septiembre, o están con los terroristas». Digo endiosada porque sólo Dios, como único ser incondicionado, nos impone la disyuntiva de elegir sin condiciones entre el Bien y el Mal, que Él mismo crea para hacer posible y meritoria de premio o castigo la elección. Un juego de Dios con los hombres, pues también les da la conciencia de la imposibilidad de elegir el mal en tanto que mal. Un juego de Bush con las naciones, pues sabe que haga lo que haga por causa del 11 de septiembre, ninguna elegirá el terrorismo como alternativa al Imperio.
Los asesores intelectuales del discurso de Bush ignoran la «filosofía de lo condicionado» del escocés Hamilton, que tanto influyó en la valoración del sentido común en los EE UU, hasta que fue desplazada por el utilitarismo. Lo incondicionado tiene la entidad de lo infinito. La justicia infinita es corolario de lo incondicionado. Y así como Renouvier refutó lo infinito por ser aniquilador de la persona, Hamilton consideró imposible de pensar lo incondicionado porque pensar es esencialmente condicionar. No poner límites o condiciones a la justicia infinita de los EEUU, adherirse a ella con solidaridad política y moral, como han hecho Blair y Aznar, equivale a no pensar. Ni en la cantidad y calidad de las represalias ni en sus consecuencias. España asume de este modo incondicional, y de antemano, responsabilidades de alcance desconocido. En contraste con el palurdo atolondramiento español, la Unión Europea ha condicionado su apoyo moral y logístico a la previa definición y selección de los objetivos militares.
Estados Unidos son hoy una entidad dignitativa, y como tal, digna de compasión solidaria de todo el mundo con su dolor. Como víctima de un complot internacional, le asiste un claro derecho de gentes a capturar, con ayuda de todas las naciones, a los sospechosos con indicios racionales de culpabilidad; y un derecho positivo a entregarlos a la justicia del lugar donde se cometió el horrendo crimen, para que sean juzgados con publicidad, y con las garantías procesales que los terroristas no concedieron a las personas que han ejecutado sin darles la gracia extrema de saber por qué morían. Estamos en «tiempos que ponen a prueba las almas viriles», como el autor de «Sentido común», Thomas Paine, susurró a Washington en la noche de navidad de 1776. Y ahora mismo, ante el holocausto de 11 de septiembre de 2001, sólo se le plantea al mundo una disyuntiva coherente y decorosa: o con la civilización o con la barbarie. El terrorismo es barbarie. La represalia, en lugar de la justicia, también.
LA RAZÓN. JUEVES 27 DE SEPTIEMBRE DE 2001