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Por José Carlos Núñez Cagigal

Hay un problema con las patrias o las naciones y es que nunca se han podido elegir. Esto es evidencia histórica.

Así, el derecho a decidir tiene su ámbito exclusivamente en el derecho privado (sobre la tutela de un menor) y en el eclesiástico, pero no existe en el político.

Lo más parecido es el derecho a la autodeterminación, pero ese derecho es para colonias y naciones oprimidas salvajemente, sometidas a limpiezas étnicas y genocidios. Para todos los demás, las patrias (naciones) son hechos no elegibles en el sentido de que su existencia se pueda votar o estar sujeta a derecho.

La única forma de lograr nuevas naciones es traumáticamente, con rupturas violentas, guerra. Las ex-repúblicas soviéticas son un caso específico de desmoronamiento de un imperio y de un Estado muy debilitado o deshecho en la práctica; por eso estos países pudieron romper con el poder central. Es decir, toda patria es una realidad mucho más sólida de lo que creemos.

Ante esta realidad objetiva, toda vez que se observe la historia, si decidimos pensar que lo primero es la libertad, nos encontraremos con que no tenemos un territorio unificado sobre el que ejercer esa libertad y que sin territorio todo proyecto de patria sería una idealización más o menos ilusionante, pero en todo caso pura teoría sin un cuerpo sobre el que realizarse.

Por ello, el paso de disponer de un territorio unificado ya lo tenemos, es nuestra patria natal y se llama España. Con este paso ganado podremos centrarnos en cambiar la forma de Estado y de gobierno en libertad y con una república constitucional con democracia formal.

Podría haber una alternativa, secesionar una parte de la nación política para construir sobre ese territorio un proyecto de libertad y república, pero para ello tendríamos que romper la Constitución material de España violentamente y con una guerra más que probable. Posteriormente, si se consiguiera alcanzar este osado objetivo, podría intentarse reconquistar todo el territorio perdido para unirlo al proyecto de libertad y república constitucional con democracia formal, pero todo esto costaría muchas vidas, tragedias e incertidumbres.

En conclusión, ya tenemos el territorio y por eso, lo más razonable es cambiar la forma de Estado y de gobierno manteniendo la patria unificada.

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