Claro
Oscuro
Guardar silencio sobre los errores de quienes simbolizaron nobles ideales, por respeto a sus pasados sufrimientos, puede ser el comienzo de la complicidad y el final de la posibilidad de que otros nobles ideales lleguen a realizarse. Hablo de la ausencia de crítica cultural y política de que ha gozado el PCE, desde el inicio de la transición, y ahora IU. Sólo han recibido miserables improperios que no se pueden proferir sin desvergonzarse. ¿Por qué no se ha criticado su vacío ideológico? ¿Por desprecio a su poca entidad y nula influencia sobre la dirección del Estado? No lo creo. Otras formaciones menores han merecido más atención crítica en los medios de comunicación y en el Parlamento. ¿Porque la clase dirigente está encantada con «su» izquierda? Eso sí lo creo. Sería cruel tener que demostrar el brusco abandono del camino a la democracia, por el fácil atajo a la oligarquía, que el PC realizó para seguir los pasos del PSOE. Pero la historia no retrotrae su curso y deja en la impotencia a la nostalgia de lo que pudo ser y no fue.
Desde el presente, con los elementos nuevos que contiene, hay que denunciar la ideología reaccionaria que sigue fomentando, contra la posibilidad de la democracia, los miedos y tópicos de la guerra fría, cuando ya no existen los temores que, hace más de tres lustros, instauraron la oligarquía de partidos con un pacto entre media docena de políticos salidos del franquismo y la clandestinidad. Antes de afrontar la cuestión decisiva que abordaré en otro artículo -la de si la izquierda puede construir una alternativa democrática a la oligarquía de que forma parte, hay que precisar los términos. Vulgarmente, la derecha y la izquierda denotan una inclinación de simpatías, hacia ricos o pobres, sin virtualidad política. La mayoría de los españoles son así, con el Sr. Guerra, de izquierdas. Gubernamentalmente, un gobierno sólo puede ser de derechas o de izquierdas en relación con otro gobierno, pero no respecto de sí mismo. Siempre gobierna el centro de la coalición social que domina en el Estado.
En este sentido, la mayoría de los españoles, y los partidos investidores del actual gobierno, son de centro. Históricamente, la izquierda se ha distinguido por el rechazo del Estado o de la propiedad privada de los medios de producción. Así, no hay en España un solo partido de izquierdas. Políticamente, la izquierda se identifica con la clase obrera, para llevarla o acercarla al poder estatal y empresarial. Los partidos interclasistas no pueden ser, en este sentido, de izquierdas. Los que se lo creen, por sus siglas o por sus apoyos a los sindicatos obreros, sólo tienen que ver si la clase obrera está mas cerca o más lejos de ese poder que en 1976. La izquierda nominal empuja a la clase obrera hacia atrás. Socialmente, la izquierda pretende obtener una mayor parte de las rentas del trabajo en la renta nacional y más extensión de los servicios gratuitos del Estado. Los sindicatos, como IU, pertenecen a esta izquierda social. Pero, sin izquierda política, ambos objetivos retroceden.
Culturalmente, la izquierda tendría que expresar la realidad social conforme a la ciencia y a las condiciones materiales de la existencia, para primar la razón sobre el sentimiento en la ordenación de las relaciones humanas. Pero basta escuchar, ver o leer lo que se dice, se enseña o se escribe en España, para constatar que la demagogia vehicula por la izquierda una cultura reaccionaria. En fin, la izquierda no tiene una concepción ideológica del mundo, ni una idea general que encubra, con pudor, el interés particular de sus hombres y organizaciones. Situada fuera del marxismo y de la democracia, huérfana de padre y madre, sin sujeto ni objeto de la historia, la izquierda vive acogida, sin personalidad, en el orfelinato del Estado de partidos. Al que se agarra con ansiedad para regentarlo sin decoro (corrupción), por cuenta del capitalismo financiero, como hace el PSOE. 0 para decorarlo con honestidad, en nombre de una democracia social que ignora la democracia formal o política, como hace IU. La izquierda no puede ser solución de nada porque toda ella, y todo en ella, es un problema.
EL MUNDO 16/08/1993
Blog de Antonio García-Trevijano