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Dos fenómenos radicalmente distintos, el separatismo y la globalización, producen víctimas mortales que hieren nuestro sentimiento ciudadano. Trataré de la globalización (hecho menos original de lo que piensa el ideólogo comunista Toni Negri, en su obra «Empire», ensalzada en el New York Times), cuando la protesta se manifieste en España. Hoy relaciono globalización y nacionalismo, para salir al paso de los errores que comienzan a caminar por los estrechos senderos intelectuales del nacionalismo periférico. Pues la visión nacionalista del amorfo fenómeno de la globalización y de la protesta internacionalista contra el desequilibrio entre continentes explotadores y explotados, es muy superficial y contradictoria.

Por un lado, los intelectuales del nacionalismo gobernante interpretan la globalización política como síntoma de caducidad del Estado-nación y de la necesidad de federaciones estatales para dirigir el mercado universal. Idea que sirve a la derecha nacionalista para pedir su integración directa en el Imperio con el Estado-región. Pujol lidera esta visón. Por otro lado, en los nacionalismos de oposición se cree que la globalización económica ratifica la tendencia al imperialismo del capital internacional, y que las transnacionales dirigen los Estados del mundo, incluso el de EEUU, contra las necesidades urgentes de la humanidad. Idea que justifica la unión de Independencia y Revolución, mediante terrorismo económico contra las empresas imperantes y terrorismo político contra los Estados-satélites del Imperio empresarial.

Entendida como política internacional de las potencias en materia comercial y medioambiental, la globalización contradice la tendencia del separatismo a multiplicar los centros nacionales de decisión. El Estado-nación no decae por el hecho de que los grandes coordinen sus políticas económicas, a fin de imponer a los pequeños su concepción del comercio mundial y de las finanzas públicas, a través de los organismos internacionales que los dominan. Todavía no se ha producido un hecho político que altere la concepción clásica del Derecho internacional, donde los únicos sujetos son los Estados-naciones. La visión de Pujol no refleja la realidad del porvenir en la Unión Europea.

Entendida como protesta internacional de sectores marginados de la definición de los objetivos mundiales en las relaciones comerciales y en los modos no contaminantes de producir servicios o mercancías, la globalización reformista tiene el mismo carácter que la estabilizadora impulsada por los gobiernos. Ni antiestatal ni antiglobalizadora. Se trata de un movimiento indefinido de la oposición civil a la política concreta del G-8 y los organismos mundiales de comercio y circulación monetaria, por medio de manifestaciones espectaculares de la conciencia internacional, medioambiental y humanitaria de la juventud, para reorientar la acción de esos organismos hacia las prioridades vitales de toda la humanidad.

Pero en esa protesta internacional, distinta en este aspecto de las rebeliones juveniles del 68 aunque similar en la ausencia de ambiciones y estrategias de poder, que determinó su fracaso, se han incrustado movimientos de violencia que buscan un nuevo sentido anarquista en la globalidad sin Estado y la potencia que les falta en sus organizaciones nacionales o sectoriales. Y, como en el 68, la espiral que crea la acción pacífica de grandes masas civiles, al ser perturbada por la violencia destructiva de grupos radicales, la provocación de infiltrados y la represión brutal de la policía, produce inseguridad en los medios gubernamentales y simpatía por la protesta pacífica en las masas gobernadas.

LA RAZÓN. JUEVES 30 DE AGOSTO DE 2001

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