Claro
Oscuro
Era tan segura y desprendida de pequeñeces mi amistad con Rafael Calvo Serer, que para ponerlo en contacto con Santiago Carrillo, contrariando la inclinación de su prejuicio religioso, le preparé una «encerrona». Yo acababa de regresar al Hotel Lotti, tras la entrevista con Carrillo donde me pidió que le presentara a Rafael Calvo. Este me esperaba para cenar. Le dije que había invitado a una personalidad del exilio para que cenara con nosotros. Ya antes le había presentado a José Martínez, de Ruedo Ibérico. Y creyó que, esta vez, se trataría de algún miembro del gobierno republicano. Estaba sentado en un sofá de espaldas a la puerta del salón. Llevábamos media hora conversando cuando, sin mediar palabra, me levanté para recibir al invitado que iba a nuestro encuentro. «Rafael , te presento a Santiago Carrillo». Lo saludó con una seriedad contraída que delataba, pese a su experiencia mundana, una rara mezcla de interés y contrariedad. La simpatía de Santiago y mis bromas sobre el demonio le relajaron. Enseguida estábamos en el acogedor restaurante del hotel celebrando nuestro agradable encuentro con champán. Hablaron a sus anchas. Y luego se integraron en la incipiente unidad de la oposición.
Conocí a Calvo Serer en Granada en el año 1950, a donde había ido a dar una conferencia en la Facultad de Filosofía.Me lo presentó Antonio Fontán, entonces catedrático en aquella facultad. Tenía yo 23 años. Y me impresionó muchísimo que alguien tuviera, en aquella época de obscurantismo político y pensamiento granítico, el valor cultural de hacer una disección de las contradicciones que latían en el bloque católico que apoyaba la dictadura. Aunque yo fuera ateo y tan joven, pensé que aquel valiente hombre del Opus Dei merecía mi respeto y mi ayuda. Se lo hice saber en una carta que le envié a Madrid. Desde entonces, hasta su muerte, permanecí fiel a tan enriquecedora amistad. Yo sabía, desde que lo traté con más intimidad, entre los años 1951 y 1953, que ese hombre de cultura católica autoritaria, tan alejada de la mía, terminaría rompiendo con la dictadura, a causa de su bondad natural y de su sinceridad religiosa.
He conocido en la política a otros hombres cuya bondad constituye el rasgo dominante de su carácter. Marcelino Camacho y Joaquín Ruíz Giménez, por ejemplo. Pero estos supieron dar un curso coherente a su humanidad innata a través de sus tempranas ideologías de humanismo marxista o cristiano. Mientras que en Calvo Serer su humanidad operaba como factor de rebeldía interior contra la estrechez cultural de sus propias creencias políticas y la disciplina de obediencia a las consignas de su militancia religiosa. Esa permanente tensión espiritual dió a su vida, mucho más importante que su obra literaria, la dimensión romántica de la filosofía católica alemana y de la poesía del joven Novalis.
La transición ha cubierto con un manto de silencio, incluso en el Opus Dei, la excepcional importancia que tuvo para la causa de la libertad el hecho de que una figura de talla nacional, en el panorama cultural del catolicismo español, apareciera ante el mundo junto al líder del PCE, Santiago Carrillo, al frente de la Junta Democrática de España. Aparte de ese momento estelar de su trayectoria política, Rafael Calvo Serer ocupa un puesto de honor indiscutible en la historia de la libertad, por su acción en el periódico «Madrid», y en la historia de la idea democrática de la Monarquía, por sus últimos libros. Sus enemigos no llegaron a conocerlo. Ofrecía un flanco cultural demasiado fácil de atacar y no percibieron en el aparente integrismo, la autenticidad de su neoliberalismo. Y sus amigos tampoco lo entendieron cuando, al fin, encontró la paz espiritual uniendo la fe religiosa a la razón democrática, en su conciencia de hombre público.
LA RAZÓN. JUEVES 24 DE AGOSTO DE 2000
Blog de Antonio García-Trevijano