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El atentado contra EEUU me sorprendió cuando llevaba varios meses reflexionando sobre violencia y terror. Pese a la enormidad de lo sucedido, no tuve que cambiar de perspectiva para juzgarlo. Además de vengativo, aquel acto de crueldad gratuita trataba de provocar una respuesta militar de EEUU, contra los países que protegen a los inductores, con la esperanza de crear condiciones propicias a la guerra santa. Pero una vez comenzado este tipo de respuesta, hay que elevar a categoría de conflicto histórico, el iniciado el 11 de septiembre. Aunque fuera posible otra reacción más acorde con la idea universal de justicia, nadie debe olvidar que el degüello de inocentes lo inició el terrorismo islámico.

Ninguna hipótesis se ha propuesto para captar el sentido profundo de lo que está sucediendo. El vacío de pensamiento lo ha ocupado la teoría de Samuel Huntington sobre el «choque de civilizaciones», entre media docena de culturas que impiden ir al mundo hacia la convergencia de todas en la modernidad. He salido al paso de esta falsa opinión porque, en el terreno de las ideas, confunde cultura y civilización y, en el de los hechos, presupone la simpar fantasía de que junto a la civilización industrial (occidental) existen otros procesos de civilización divergentes. Japón, Turquía, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Rusia, Europa del Este, China, Singapur y otros países de costumbres exóticas para nosotros, evidencian la compatibilidad de sus culturas con al civilización occidental. Y de otro lado, la riqueza petrolífera de las naciones de mayoría musulmana no ha impulsado un proceso civilizador diferente al occidental. Por eso, y a diferencia de las cruzadas o las guerras de religión, que fueron choques de culturas, la guerra actual encuentra su sentido histórico en el choque frontal de la cultura islámica integrista con la invasora civilización occidental.

Todo lo que sucede, desde las guerras de exterminio a la poesía, es conforme a la Naturaleza. La humanidad ha tratado de elevarse sobre ella. Primero, interpretándola de modo espiritual mediante la cultura. Luego, dominándola de modo material mediante la civilización. A la primera pertenecen los valores y creencias. A la segunda, los precios y las ciencias. La cultura crece en lo natural. La civilización, en lo artificial. La norma de aquélla es la justicia. La de ésta, la libertad. Las culturas se separan por su modo de sublimar la vida futura. Las civilizaciones, por su manera de organizar el futuro de la vida. Aquéllas se pueden comparar por el mayor o menor tono espiritual de su credo y de su arte. Las religiones, como las bellezas, no son iguales.

Los tipos de civilización han dependido del modo tecnológico como el hombre ha sabido transformar su entorno natural y social para hacerlo más grato o más útil. El tipo agrícola y artesanal no creó conflictos con las culturas heredadas de la antigüedad clásica. La Reforma y el Racionalismo crearon la base cultural que prestó alas a la riqueza de las naciones que desarrollaron la libertad de mercado, a la vez que la libertad política, cuando se difundió el uso de la energía solar almacenada en la Tierra.

La Contrarreforma y el oro-plata de las colonias retrasaron el inicio y el avance de la civilización industrial en España, México y Suramérica. Tal vez por eso, nuestra cultura católica tiene mejor actitud popular que la protestante ante el mundo cultural musulmán.

La Contrarreforma islámica opone el integrismo a la corrupción que implica la separación de hecho del poder político y religioso, en países cuyo petróleo ha sido extraído en provecho industrial de otros y de la fortuna de los emires. ¿Qué sentido reaccionario tiene para el islamismo este Savonarola Ben Laden? ¿Chispa de pedernal que prenderá fuegos árabes en la reseca maleza nacionalista?

LA RAZÓN. LUNES 15 DE OCTUBRE DE 2001

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