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Oscuro

En materia de política internacional, las palabras de la Unión Europea valen tanto como ladridos de perro doméstico en la noche. Cualquier rumor los agita, la proximidad del ruido los asusta, la acción les repele y la voz de su amo los calma. Los dos portavoces españoles de la nueva Europa, falderillos de la impotencia, hablan para oírse a sí mismos y hacerse la ilusión de que son escuchados.

Uno de ellos, el permanente, siempre consigue que su meliflua voz, tan inconsistente y ladina como su incansable soba, provoque en el que la oyó dos veces el arrepentimiento propio de los empachos vomitivos. Lo sé por desagradable experiencia. Tratándose de Solana, lo único que puede ser saludable para la propia dignidad es no volver a saludarlo. Sharon, que lo ha calado, ya ni siquiera le abre la puerta.

El otro portavoz español de la Unión Europea, el transitorio semestral, aún no se ha enterado de la liviandad de la voz que porta. Jadeante y espaciosa como la de una anciana asmática, la chasqueante palabra de Europa, detenida en cada rellano de la historia, no es el comienzo de la acción, ni el sonido final de la reflexión, sino la solemne oquedad donde resonarán con repetición insoslayable los ecos del septembrino sermón estadounidense. Esa inusual pareja de inválidos de la paz, pereza del discurso sabido apoyada en el vicio de mentir de los segundones, viajó a Tel Aviv, sin ser invitada, y se arrastró a los pies de Sharon, para que éste le permitiera visitar y abrazar al tradicional amigo de la convivencia palestina con Israel, el admirado Premio Nobel de la Paz, Arafat. Retornó con las puertas en las narices, las orejas gachas y el cabello en copete.

Como era de esperar, en lugar de considerarse humillados, sus mandantes suspendieron las amenazas de sanción contra el nuevo enemigo de la humanidad, el hitleriano pueblo de Israel que apoya abrumadoramente a su gobierno, y decidieron respaldar la gestión del potente aliado de Sharon, sea cual sea el sentido de la misma. Es decir, apoyo incondicional de la UEE a la estrategia de Estados Unidos en la zona.

El secretario del Departamento de Estado, Colin Powell, ridiculiza a la antidiplomática pareja española al declararse dispuesto a convocar una conferencia de la paz en Palestina sin la presencia en ella del pacifista Arafat, como viene pidiendo desde hace tiempo el belicista Sharon. Y el pausado presidente del Consejo de Ministros de la UEE, Sr. Piqué, sin enterarse todavía de lo poco que vale el peine de Europa, se atusa el tupé para advertir al Jefe del Gobierno israelí de que si «sólo quiere reunirse con quienes le dan la razón, se va a quedar sin interlocutores muy pronto».

Cuando el ridículo sobrepasa los niveles de lo grotesco suele disimular ante los demás la falta de inteligencia que lo causa. La actuación de Piqué ante la crisis Palestina no puede haber sido más torpe ni menos digna. Por la dignidad de lo que representa no podía visitar Israel sin asegurarse antes del trato que recibiría. Y por la inteligencia de la función que desempeña no debe ahora poner chinitas en el único sendero por donde se vislumbra el fin de la actual tragedia palestina.

En realidad, creo que ni siquiera es consciente de la gravísima falta de diplomacia y de las nefastas consecuencias que su última declaración entraña para la posibilidad de celebrar en Madrid una segunda conferencia de la paz. Si dice que Sharon sólo se reúne con quien le da la razón, está diciendo que Powell se la da y Europa se la quita. Lo que da pie a que un ministro libanés pregunte a los gobiernos árabes por el sentido que tendría una conferencia sin Arafat y sin Europa. ¿En España?

LA RAZÓN. JUEVES 18 DE ABRIL DE 2002

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