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Ahora mismo se da la siguiente paradoja. En Rusia, país que estaba al frente, como República Socialista Soviética Rusa, de la URSS, había que ser ateo convencido de cara a los demás y a uno mismo, para no tener quebraderos de cabeza ni de conciencia. Mientras tanto, el escarchado enemigo de aquella guerra fría, Estados Unidos, era cristiano. Tan cristiano que lo proclamaba sin rubor en los billetes de su moneda, el todopoderoso dólar. El lema “In God we trust” (Confiamos en Dios) parecía haber sido aceptado por los americanos. Pero hace un par de años, una fundación americana presentó demanda contra la frase alegando que ofende a todos aquellos ciudadanos que no son religiosos. Al mismo tiempo, desde la llegada de Putin al poder, la Iglesia Ortodoxa rusa se ha visto claramente protegida por el gobierno. Los tiempos del ateísmo oficial pasaron en Rusia. Ahora, por el contrario, ha renacido con fuerza la religiosidad del pueblo ruso, al que se obligó, de manera artificial, a renunciar a sus raíces religiosas, que datan del año 988.

Mientras en occidente, no solo en Estados Unidos, sino en todos los países de la OTAN, se vive un retroceso cultural en toda regla, con un desprecio suicida hacia las humanidades y con un rechazo a la historia de las religiones por una gran parte de la sociedad, en Rusia se está recuperando a marchas forzadas la tradición cristiana del país. Muchos rusos, que durante la época soviética soñaban con el oeste y lo tenían como una especie de paraíso terrenal, están comprobando con desilusión la decadencia de una civilización: la europea occidental, siempre dirigida por los “vanguardistas” EE.UU. de América.

La transición de Rusia de un estado totalitario comunista al también estado totalitario que dominaban las mafias en los años noventa, ha dado lugar actualmente a un sistema al que los dirigentes rusos denominan “modernización conservadora”. Sí, sí, conservadores. El comunismo se acabó aquí hace ya 25 largos años. Por mucho que en Europa sigan viendo a Moscú como la eterna capital del comunismo internacional, por mucho que sigan considerando soviética a Rusia, esa etapa pasó a mejor vida. Ahora Rusia toma medidas contra el ruido en las ciudades a partir de las diez de la noche. Cuida sus parques y jardines, tiene a un ejército de policías patrullando para evitar que su juventud se alcoholice como la occidental.

 

Hace unos días, vi cómo un par de policías montados a caballo multaban a unos chavales de unos quince años por haber bebido cada uno una lata de cerveza. Los chicos se asustaron mucho. El policía les tranquilizó diciéndoles que solo iban a darles una charla, ya que constituían un mal ejemplo para otros jóvenes de su edad. El alcoholismo es un gran problema en Rusia, que viene de largo. Por ello, intentan atajarlo; al menos, con los menores.

Mientras en España los homosexuales organizan desfiles por las calles de Madrid, en Rusia se prohíben actos de propaganda homosexual para proteger a sus niños, pues se considera gravemente pernicioso para ellos. Hipocresías políticamente correctas, pero humanamente imbéciles, como sustituir las palabras por acomplejados eufemismos, no son bien vistas aquí. Al borracho, se le llama borracho, no persona etílicamente complicada. Al tonto, tonto, en vez de persona respetable con su peculiar punto de vista. Al inteligente, inteligente, y no pedante o cultureta. Al que estudia, responsable o trabajador. Más al oeste, a esta especie en extinción ya ni sé de qué se le tildará. Al vago, perezoso o vago, en vez de guay. Rusia ha decidido no entrar en el juego.

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Este trabajo de Raúl Cejudo González está protegido bajo licencia Atribución Creative Commons-NonCommercial-NoDerivs 4.0 Internacional. Los permisos mas allá del ámbito de esta licencia pueden estar disponibles en https://www.diarioerc.com/aviso-legal/
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