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En la primera asamblea del MCRC celebrada en Madrid el 10 de diciembre de 2016, un asistente se levantó inopinadamente para preguntar qué miembros de la mesa y de la asamblea recibían dinero del Estado. Al estupor siguió la indignación generalizada cuando esta persona no quiso aclarar por qué hacía tal pregunta intempestiva.

La impertinencia y la malicia de tal cuestión me parece basada en una obtusa confusión entre Gobierno y Estado, por la que se entienda que el cuerpo de funcionarios está al servicio del gobierno de turno, irremediablemente corrupto en una partidocracia. Nada más lejos, sin embargo, de la realidad. La eliminación del sistema de cesantías se puso en marcha para evitar precisamente esta dependencia. Así, un funcionario de carrera cumplirá plenamente su deber si se niega a firmar las dietas irregulares que le presente el típico cargo político nombrado a dedo en el sistema clientelar inoculado en la Administración.

El funcionario de carrera es un servidor público y, como persona dotada de conciencia, sabe que se debe a la sociedad civil de la que surge la construcción artificial que es el Estado, y más debe ser así cuando ésta está al servicio de una oligarquía política únicamente atenta a sus propios intereses, que pretende confundir con los del Estado. Esta conciencia es más fuerte entre los funcionarios de las escalas medias y básica que entre los miembros de la alta administración o la universidad, más cercanos o dependientes del magma de la corrupción partidocrática. Buscando ejemplos en lo personal, puedo decir que en mi condición de funcionario de carrera y miembro del Cuerpo de Profesores de Enseñanza Secundaria tengo que dar a veces a mis alumnos la asignatura de Valores Éticos. Así, en el libro de texto, cuando se plantea el tema de la democracia, se pone el caso de un chico que se plantea si votará o no en el futuro, dada las variadas opciones políticas que existen, y la misma división que tal variedad provoca en su misma familia. Al preguntarle a mis alumnos qué piensan de esto, ellos me dicen que sí que les gustaría votar y conocer mejor las opciones políticas existentes en el marco de esa incuestionada obligación moral implícita de participar en el régimen político existente. Entonces, les pregunto si le dejarían a alguien que no conocen 3000 €, bajo la promesa de que se los devolverá quizás con creces pasados 4 años y bajo la condición de que no lo volverán a ver ni le pregunten nada entretanto de lo que está haciendo con su dinero y de que esperen a que sea él el que les dé la oportunidad de reclamarles esa suma. Todos, evidentemente, responden que no harían ese préstamo. Entonces, les digo que ese dinero es su voto, y que lo que entregan tan irracionalmente es más valioso que el dinero, por lo que no hay que quedarse en la mera superficie de las cosas. Entender después lo que es una verdadera democracia les es muy natural.

En consecuencia, las legiones de personal sanitario, cuerpos de seguridad del Estado, y cuerpos de maestros y profesores, por su cercanía al ciudadano y la voluntad de servicio inherente al impulso vocacional cuando éste existe, pueden y deben ser germen de la libertad y la verdad.

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