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Aumenta en España, como suele ser habitual cuando se ignoran las causas de algo, el número de indignados.

Se indignan la mayoría de españoles, ante la evidencia de una vulneración de sus derechos civiles, ante el hecho flagrante de su supresión. Pero sin embargo, entre tantos ignorantes, nadie parece tener el valor suficiente como para preguntarse, cabalmente, por qué es posible que eso suceda.

Si había unos derechos civiles que ahora se pierden, eso significa que ha sido posible para alguien suprimirlos. La cuestión no es, por lo tanto, el por qué lo hace o en el nombre de qué, sino únicamente las características de un régimen de poder que permite eso; y lo hace, ya no únicamente concebible, sino posible. No es relevante entonces, o pertinente la cuestión, de si la propaganda quiere hacer llamar a eso socialismo, o bolivarismo, o capitalismo, o progresismo, si es izquierda o si es derecha. Toda la propaganda impide entender lo que realmente sucede, favoreciendo así una continua alternancia en el Gobierno.

La incapacidad para pensar libremente, para preguntarse sensatamente sobre una cuestión que se había dado por sentada, por garantizada, es la causa de la propia indignación. Es algo que entra en contradicción con la equivocada suposición de que en España había una Constitución. Una Constitución, que si la hubiese, si hubiera existido, además de la separación de los poderes, garantizaría los derechos individuales.

Sucede el resultado de algo que, hace ya algunos años, expliqué y señalé como una disonancia cognitiva, en contra de todo el psicologismo de la conducta y el análisis sentimental de Leon Festinger. Hay una disonancia porque existe un engaño. Y hay indignación, únicamente, si se desconoce el propio engaño y la esencia de la mentira. Sin la indignación presente, todo se vuelve absolutamente evidente, claro y normal. Sencillo de comprender. Lo que sucede encuentra una causa y el pensamiento puede analizarlo, no a través de su apariencia superficial, sino en concordancia con la realidad de los hechos y con la propia naturaleza humana, inseparable de la política 1 .

Si en España hubiese habido una Constitución, que es algo que se demuestra, en los hechos, inexistente, entonces cualquier derecho fundamental habría estado garantizado, esto es, habría sido imposible de suprimir por ningún poder político, fuese cual fuese su particular interés. Que se pierdan hoy esos derechos fundamentales, es la prueba evidente, irrefutable, de que jamás estuvieron garantizados y de que nunca hubo una libertad constituyente que los asegurase para el futuro. Es la prueba de que nunca ha habido democracia en España.

Hoy, las personas que dicen que “están perdiendo libertades”, algo que stricto sensu jamás han tenido y que por eso no han perdido, a lo que se refieren es a que están perdiendo derechos. Y un derecho, que es por definición algo subjetivo, existe únicamente como resultado de una libertad anterior a él mismo y para regularla. Hay libertad en todo aquello anterior a cualquier derecho y no explícitamente prohibido por una ley. Por lo tanto, a mayor número de leyes y de derechos, menor lugar para la libertad habrá y menos espacio para cualquier acción de carácter innovador.

De este modo los indignados, los ignorantes, se molestan con el Gobierno “porque les quita sus derechos” y así quieren poner a otro Gobierno para que se los dé. Una pérdida de concesiones que se pretende recuperar por medio de otra. Un pensamiento propio de súbditos indignados y no de verdaderos ciudadanos, que olvidan la libertad, algo que jamás han conquistado y tenido, en favor de la demanda de derechos otorgados.

Mendigan derechos para que siga sin haber libertad. Y su utopía es la propia de quien cree que la libertad colectiva llegará votando a facciones estatales.

Y ahora corran… ¡corran a votar!

1. Hay que tener presente que habrá política mientras haya civilización y que quien habla de “despolitizar la sociedad” o lanza soflamas reivindicando gobernantes sin ideología, lo que está es clamando en favor de una dictadura y no de la libertad constituyente.

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