Claro
Oscuro
El retraso de EEUU en dar respuesta visible a la agresión sufrida, debería haber asegurado los límites marcados por la naturaleza terrorista del atentado y la necesidad de justicia personalizada en su represión. Si la demora hubiera sido fruto de la prudencia, y no del desconcierto en el modo de combatir a un enemigo invisible, el frente militar no se abriría sin pruebas de complicidad del país represaliado. La inacción derivada de la falta de unidad en los criterios de acción suele presagiar las tempestades de indiscriminación que convocan los terroristas. El día 11 de septiembre provocó a los dioses de la ira para que su desahogo militar creara situaciones propicias a enfrentamientos entre países islámicos, con injerencia de potencias europeas y serio descalabro de la economía mundial.
En nuestro observatorio occidental tememos lo que ignoramos. El mundo islámico sigue siendo, para nosotros, un misterio. Los recelos de las naciones árabes ante la propuesta de alianza, en un frente común contra el fundamentalismo mahometano, revelan que en el oscuro asunto de Ben Laden el aspecto religioso predomina, a pesar de todo, sobre el terrorífico. Hoy no existen condiciones objetivas para la «guerra santa». Pero el martirio del santurrón ocultó en las montañas podría reencarnar el mito del duodécimo Imán, cuya desaparición en el año 873 después de refugiarse en una cueva, inauguró el período de la Ocultación, que anunciaba el apocalipsis con la profecía de su regreso , «El Mahdi» (Mesías), para vaciar de iniquidad el mundo impío y llenarlo, precisamente, de justicia infinita.
Los síntomas desprendidos de las consignas de propaganda denotan el tratamiento del atentado terrorista como un «casus belli». La tendencia a suavizar la palabra pública del poder, herido en su conciencia de impunidad, (guerra total-justicia infinita-libertad perdurable), ha obedecido más bien a dudas de estrategia que de reflexión moral. Los intelectuales de prestigio de la UEE, los que no están afectados por el síndrome antiyanqui ni por la fobia al fundamentalismo islámico, deben aportar sus criterios de ética política a esta difícil reflexión. No con los reflejos de la guerra fría, sino con análisis profundos sobre el terrorismo que den autoridad a sus voces, cuando deban elevarlas contra las consecuencias de una respuesta militar injustificada, en adecuación y proporciones, si llega a producirse.
Desde que conocí la historia de Estados Unidos y su inteligente Constitución de la democracia, la admiración intelectual se unió, en mi joven conciencia política, al agradecimiento por haber sido su ejército el factor decisivo en la derrota militar del nazismo. Este doble sentimiento me salvó de caer en el «antiamericanismo» que provoca su miope y a veces criminal política exterior. Una miopía que prolongó, con Eisenhower, la dictadura en España y que al final de ella impidió, con el cinismo de Kissinger, el triunfo de la democracia y de la dignidad en nuestro país.
La frivolidad y el desconocimiento de los asuntos españoles de ese sarcástico y agresivo premio Nobel de la paz, que llegó hasta el extremo de creer en la victoria electoral del PCE si se legalizara, dieron con mi cuerpo en Carabanchel, para enrejar el espíritu democrático de la libertad y dejar el campo libre a la reforma oligárquica de la dictadura. Ni siquiera en esos momentos modifiqué mi actitud simpatizante y admirativa hacia el hermoso ideal que representan la separación de poderes, el periodismo responsable y el valor de la alta cultura en Estados Unidos. Lo cual no menoscaba, sino que agudiza, mi percepción del particularismo antropológico en que incurre su visión egocentrista del mundo, con desprecio nihilista de las culturas extranjeras que no sean bases inmediatas de riqueza material o logística militar.
LA RAZÓN. JUEVES 4 DE OCTUBRE DE 2001