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Cualquier enfermedad se manifiesta a través de unos síntomas, siendo la sintomatología lo que sirve a cualquier médico para identificar una enfermedad. Una enfermedad que no tiene síntomas no es una enfermedad, es la situación normal de cualquier persona sana.

La salud, entendida como la buena salud, consiste específicamente en el hecho de ser asintomático. Y por eso, cuando se desarrolla una enfermedad de tipo infeccioso, durante miles de años de historia de la medicina, se pone en estado de cuarentena, en aislamiento respiratorio, a los enfermos, no a las personas que están sanas y carecen de síntomas.

Únicamente un atrasado mental, alguien sin la más mínima noción de medicina, sugeriría la cuarentena y confinamiento de personas que no tienen síntomas y están sanas.

Por otra parte, el ser portador de virus es algo perfectamente normal en cualquier organismo vivo conocido. No existe un sólo ser humano en todo el planeta Tierra, que no transporte en su propio cuerpo, en su organismo, a miles de millones de virus. Virus de muy diversas variedades y formas, de los cuales únicamente una ínfima parte se expresa, por motivos desconocidos hasta ahora por la ciencia, de forma patológica.

Por lo tanto tener un virus, no es únicamente que no sea algo extraño o que pueda motivar la reclusión de un individuo, sino que además es algo imprescindible para que siga estando vivo. Los seres humanos libres de virus no existen, más que en las fantasías delirantes de los ignorantes de la ciencia y de la biología. El hecho de que haya transferencia viral de unos organismos a otros es lo natural y deseable para el normal desarrollo de la vida.

Una situación de privación de contacto entre seres vivos de una misma especie, impidiendo la transmisión de virus entre ellos que sirve para mantener un sistema inmunológico, es lo que conduciría a una patología y en último término a la propia extinción de esa especie, al ser privada de ese intercambio natural y necesario para su propia fortaleza y adaptación al medio.

Por eso, el problema no es ya que no exista ninguna ”pandemia” y sí una campaña de marketing político, sino que el desconocimiento y el silencio cómplice en estos aspectos por gran parte de las personas formadas en ciencia, que ejercen una labor científica, pone de manifiesto una grave e inexcusable falta de inteligencia, y la delegación de esa función en manos de burócratas y tecnócratas.

Lo que ha sucedido en España, el ridículo que hacen millones de personas en estos momentos caminando por las calles con la cara parcialmente cubierta por mascarillas médicas, lo que pone de manifiesto es la cobardía, la docilidad y la idiocia de sus portadores.

Yo entiendo perfectamente que nadie se atreva a decirlo. Por eso lo digo yo: todo aquél que va por la calle con mascarilla es un pobre ignorante. Y es ignorante de la ciencia y de la ley.

Con respecto a lo que se denomina, política y vulgarmente, “el asintomático” puede, en potencia, transmitir la hepatitis, el ébola, el dengue, la malaria, el sarampión, la varicela, el herpes, la gripe e infinidad de elementos patógenos con los que los seres humanos y los animales hemos convivido naturalmente durante centenares de miles de años.

Lo que supone una patología mental, una grave manifestación de idiocia, es el creer que se puede evitar la existencia de los patógenos o de las enfermedades llevando una mascarilla por la calle u obedeciendo las instrucciones de un gobierno, como si fuesen directores de grandes hospitales o gestores. Cada vez que escucho a alguien hablar de “la gestión de la crisis” en referencia a las acciones de un gobierno, sé, sin dudar, que se trata de un pobre hombre que no sabe de lo que habla. Aléjense de todo aquel que utilice la palabra “gestión” cuando se habla de política: no sabe lo que dice.

“Proponer la abstención general es sacrílego. Una acción tan perniciosa como la de retirar el oxígeno de la respiración asistida en la insuficiencia respiratoria. La idea de una abstención masiva produce, en el horizonte vital de los espíritus corrompidos en las urnas, una conmoción ambiental tan atosigante como la sufrida en Chernobil.” Antonio García-Trevijano

El peligro no son los virus, es la imbecilidad, la falta de inteligencia y la incapacidad para discernir la autoridad del conocimiento, de la charlatanería de periodistas, políticos y tecnócratas. El peligro está en una sociedad patológicamente enajenada por su obediencia y respeto a la autoridad de una oligarquía apátrida de jefecillos de partidos, que se reparte mediante cuotas el poder y el botín en España.

Ante una situación donde lo que es legal para los que gobiernan es ilegal para los gobernados, donde no impera siquiera el pleonasmo del Estado de Derecho, lo procedente y legítimo, es la insurrección, la resistencia y la desobediencia cívica. Las asociaciones civiles de medicina, tienen una misión, y sus profesionales, un juramento hipocrático que respetar. Pero incluso, mas allá de eso, una integridad que haga valer la autoridad de quienes se deben a sus vocaciones. No es admisible que el ejercicio médico sucumba ante la histeria, la hipocondría y la propaganda de los medios de Prensa.

 

Y ahora corran… corran todos a votar!

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