Claro

Oscuro

La noción de progreso encuentra su medida en el grado de maestría para utilizar, con provecho, las causas más soterradas de lo que sucede a las cosas y los hombres. Fuera de lo que se puede contar y medir, tal maestría no la da el conocimiento social, impasible, de los sentimientos; ni el criterio personal, caprichoso, del bienestar social. Aquí entra en juego la política. Como se podía esperar de un juego de dominio regional y reparto del Estado, la ambición de poder atropella tradiciones y razones, sin miramiento al despertar de los faunos patrióticos. Un patriotismo planetario deja morir, con miseria de clase social o catástrofes naturales, a los condenados de la tierra, y conquista con orgullo el espacio extramundano. y el sentido de la vida humana conduce al suicidio moral, cuando el misantrópico instinto de patria chica, emoción de faunas desalmadas, emerge de su telúrico paisaje para sofocar todo propósito de vida universal, libremente solidaria.

El patriotismo, la causa más subterránea de la política, está anclado en el primitivo instinto animal de territorialidad, al modo como el amor en el instinto sexual. Del cálido sentimiento por la patria se debe hablar, por ello, en las contadas ocasiones de agonía que lo justifiquen, con el pudor que limita y refina la expresión de los sentimientos íntimos. El amor vulgar liga el deseo a sujetos para él insustanciales, y habla sin pudor de lo que el amor enamorado vive en sagrado secreto. Como el mal y el buen patriotismo, las categorías eróticas se distinguen por el descaro o el recato de sus manifestaciones. Exhibicionista, el sentimiento de la patria sube a la boca de la impudicia política. Sentido con naturalidad, calla o dice lo que tiene que decir, no con palabras desconsideradas para sentimientos vecinos, sino con lo que está haciendo por su país y por el mundo, al entregarse a un ideal de humanidad más alto en la educación de la familia, en el respeto de la historia y la naturaleza del entorno vital, en el estudio, el arte o la investigación, en la responsabilidad profesional y en la forma delicada de procurarse felicidad.

Lo que desvía el patriotismo de su curso natural y lo pone en el camino del barbarie, acariciándolo con boquillas chulescas y pistolas al cinto del alma, ha sido siempre la ilegitimidad de esas vanidades rastreras que lo ligan a cosas tan insustanciales como caracteres nacionales o locales, y ambiciones de poder de una minorías, ¡tan excelentes y seguras de sí mismas!, que se sentirían frustradas con la libre competencia, en otros campos más abiertos a la libertad, que es el temor originario del nacionalismo central, o de mayor dimensión espacial, que es el recelo determina te de los nacionalismos periféricos. En el amor al pasado, que el patriotismo siempre comporta, nada hay que iguale al nacionalismo en destreza para rasurar de la historia los horrores de la propia. Tras la abominable experiencia del nacionalismo central, el aprendiz de brujo autonomista despertó de sus sueños a las faunos vivos de la patria, para que ahogaran el fantasma de un uniforme, al que sólo la libertad asfixia.

Hasta tal punto ha llegado la confusión sobre el patriotismo en España, que los que se creen protagonistas del progreso moral de los pueblos han puesto en circulación para sustituir la emoción tranquila de la patria, el «éxtasis jurídico» que genera en ellos el artificial sentimiento de un patriotismo constitucional. Nada ven digno de piadosa emoción en la historia de nuestros padres. O sea, una forma típicamente alemana de reprimir la admiración de las fuentes culturales de donde brotó el nazismo y una inédita manera española de negar su existencia histórica como nación. Un patriotismo sin pasado, y no excluyente de quienes, por sentir como españoles demócratas, no admiran la Constitución del Régimen de Partidos y de Autonomías federalizantes. Otra vez, como en la dictadura patriótica, la confusión de España no con su Estado tradicional, según se dice en daño de la herencia cultural común, sino con su solo Régimen político. ¡Dignidad nacional e igualdad de derechos con diecisiete patrias autonómicas! Diecisiete nichos de ambiciones fúnicas.

(LA RAZÓN. LUNES 7 DE DICIEMBRE DE 1998)


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