Claro
Oscuro
Nada importa ni significa para la libertad política, la de esa muchedumbre de personas acicaladas por el decoro de la civilización europea, que no percibe los sedimentos de negrura con que el miedo a la verdad ha embadurnado el motor de sus oscuros pensamientos y cegado las fuentes de generosidad en sus sentimientos. Nada importa ni significa para la libertad colectiva, la de esos esclavos convencidos de que lo son y la de esos amos asegurados de que deben seguir siéndolo. Nada importa ni significa para la libertad ajena, la de esas mentes funcionariales o esas voluntades eclesiásticas, militares y sindicales del Estado de partidos. Nada importa ni significa para la libertad de los demás, las de procurarse riqueza, fama o poder, si no emanan del convencimiento social de la utilidad general de la liberación interna o del amor inteligente a las libertades externas.
Poco importan los conocimientos aprendidos de la cultura superior si ésta no preside y anima la confianza instintiva en la superioridad moral de la libertad para lo socialmente inferior, en tanto que está dominado. Poco importan los peligros de la libertad para quienes saben lo que ésta significa y, precisamente por eso, la necesitan.
Poco importan las consecuencias de la seguridad institucional derivada de una libertad sin fronteras en las ideas y con límites de respeto a la libertad ajena en las acciones. Poco importa el precio de la libertad cuando ésta no ha sido otorgada.
Nada importa ni significa la libertad de expresión cuando no hay libertad de pensamiento. Nada importa ni significa la libertad de asociación de las mayorías sociales si las minorías, por pequeñas que sean, carecen de ella. Nada importa ni significa la libertad de representación política cuando no hay libertad de presentación. Nada importa ni significa la libertad de cátedra sin libertad cultural o científica en los catedráticos. Nada importa ni significa la libertad para los amigos de la democracia si no la tienen sus enemigos. Nada importa ni significa la libertad política teórica donde en la práctica domina el consenso.
Poco importa el derecho para todos cuando se legislan privilegios positivos o negativos para pocos. Poco importa la generalidad externa de las normas si obedecen a criterios de excepcionalidad interna en los requisitos objetivos de su aplicación. Poco importan las leyes si comportan efectos retroactivos. Poco importa la jurisprudencia si sus innovaciones no provienen de antecedentes ejemplares. Poco importan jueces y fiscales decentes sin son funcionarios de poderes indecentes. Poco importa el Estado de derecho cuando los que hacen las leyes son los mismos que las interpretan y aplican. Poco importa la seguridad jurídica si está fundada en la discriminación legislativa.
Nada importa ni significa la unanimidad en los medios de comunicación y en las empresas editoriales si la libertad de disentir está reprimida en las leyes o en las costumbres culturales.
Nada importa ni significa la unanimidad en los partidos parlamentarios si están financiados por el Estado y funcionan en régimen constitucional de oligopolio. Nada importa ni significa la intelectualidad de pensadores y artistas si su prestigio social brota de la adulación a los poderosos y del silencio ante sus fechorías.
El jurista Gerhard Leibholz, defensor de la representatividad electoral antes de Hitler y de la no representatividad de los partidos estatales después, redactó las sentencias condenatorias de los partidos nazi (1952) y comunista (1956). Ni aquella Alemania abochornada de su pasado se atrevió a promulgar una ley para prohibirlos.
La deslegalización del partido Batasuna ¬barbarie política, monstruosidad jurídica y torpeza táctica¬ nada o poco importa a este antidemocrático y cínico régimen de poder.
LA RAZÓN. LUNES 22 DE ABRIL DE 2002