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El monolingüismo nacionalista, es decir, la idea de que una sola lengua puede y debe bastar para amalgamar la identidad de y la comunicación entre todos los ciudadanos de una determinada nación, es una invención ideológica profundamente enraizada en el subconsciente del denominado “Occidente”. A pesar de que hoy en día en el mundo hay más personas bilingües que monolingües1, tras siglos de llamada “Modernidad”, marcados por el imperialismo lingüístico y la colonización, el ciudadano medio da por sentado que todos los habitantes de un país, por lo general, hablan una sola y la misma lengua. Y si no lo hacen, al menos pueden y deben comunicarse en algo así como una lengua inocentemente común. Como si tal cosa, oiga.

En lo que respecta al pasado siglo, la colonización y la emergencia, tras la Segunda Guerra Mundial, de naciones-estado con un complejo perfil lingüístico, cultural y económico, derivó en la creación de toda una serie de estrategias de política y planificación lingüística (LPP, por sus siglas en inglés, Language Policy and Planning). A pesar de que la implantación de estas políticas estuvo acompañada de una retórica marcadamente anti-imperialista, en la práctica dichas políticas constituían un sofisticado engranaje de ingeniería social: seguían asumiendo que la unificación cultural y lingüística era una condición necesaria para la construcción de comunidades prósperas, imponiendo esta visión a fuerza de decreto (Del Valle, 2013). Finalmente, a partir de los años sesenta, la globalización, con su socavamiento de las fronteras territoriales y de la relevancia política de los Estados-nación, precipitó la aparición de toda una serie de crisoles (desde una perspectiva romántica) o caóticos conglomerados (desde un punto de vista más escéptico) de culturas e idiomas.

Sobre la base de estos precedentes, el gobierno de Trump declara ahora que tanto el lenguaje como la identidad del Estado-nación estadounidense requieren de fronteras amuralladas y unificación cultural (y que lo segundo no puede existir sin lo primero). Su explícita campaña de “English-only” para un país que carece, a día de hoy, de lengua nacional oficial, está bien documentada, tanto antes de tomar posesión como después. Por ejemplo, en el transcurso de un polémico debate presidencial Trump llegó a afirmar lo siguiente: we have a country where to assimilate you have to speak English. To have a country we have to have assimilation. This is a country where we speak ENGLISH, not Spanish (tenemos un país donde para asimilarte tienes que hablar inglés. Para tener un país, tenemos que tener [un proceso de] asimilación. Este es un país en el que hablamos INGLÉS, no español). A esto añadiría, en claro contraste con la labor desempeñada por, entre otros, Obama, Romney y Hillary, su política de no gastar ni un céntimo en anuncios en español como parte de su campaña presidencial. Las últimas noticias confirman que tras tomar posesión, la administración Trump ha eliminado las versiones en español tanto de La Casa Blanca como de sus cuentas asociadas en Twitter2, si bien ha restablecido su cuenta principal de esta plataforma (@LaCasaBlanca) a fecha del 1 de febrero de 20173. A la espera de que se “actualice” la version en español del portal de la Casa Blanca y a la luz de las anteriores declaraciones de Trump, este gesto simbólico supone, en cualquier caso, el envío de un mensaje político inequívoco: el silenciamiento de y la indiferencia frente a una determinada comunidad estadounidense.

De este modo, pesar de que la campaña trumpiana puede ser interpretada, con el beneficio de la duda, como un legítimo intento de poner en marcha una plan nacionalista-proteccionista contra la inmigración desregulada, el multiculturalismo desbocado y el lado oscuro de la globalización (lo cual no quiere decir “contra la inmigración, el multiculturalismo y la globalización”, a menos que queramos seguir acríticamente el discurso liberal-demócrata que tanto eco ha recibido por parte de los medios masivos de comunicación como El País), no cabe duda de que su estrategia glotopolítica es víctima de toda una serie de falacias ideológicas y errores históricos de los que no solo el radicalismo liberal-demócrata, sino también todo pensador mínimamente independiente, debiera ser plenamente consciente. El primero consiste en incurrir en algo así como una determinada ideología de la autenticidad (Woolard and Frekko, 2012): según Trump, ser estadounidense (o, como él prefiere decir “americano”, reduciendo, como quien no quiere la cosa, todo el continente a su país) supone, entre otras cosas, hablar inglés, de manera que su Make America Great Again significa en realidad Make English-Speaking America Great Again (en efecto, puesto que this is a country where we speak English, not Spanish, no se puede decir que el sector exclusivamente hispanoparlante de los Estados Unidos sea, en sentido estricto, estadounidense). Segundo, la falacia de la disyunción exclusiva, es decir, el hecho de que hasta donde sabemos y en contra de lo que parece pensar Trump, hablar español no impide hablar inglés a nadie. Tercero, y siguiendo esta misma línea, existe una clara diferencia entre “asimilación” e “integración”. Hacer caso omiso de la misma nos retrotrae a algunas de las peores tragedias en la historia de la humanidad, muchas de las cuales tuvieron lugar en…bueno, en España (e.g. las numerosas expulsiones de judíos y moriscos). Latinoamérica (e.g. el genocidio indígena a manos españolas) y los Estados Unidos (e.g. el caso de los cherokee). Una cosa está clara: nadie necesita abandonar su cultura y sus tradiciones (aculturación) para poder asimilar y compartir aquellas que son características de la cultura local (enculturación). Puede que Trump tenga razón cuando afirma que evitar la guetización es fundamental para lograr una integración satisfactoria, pero la misma puede ser conseguida (como así ha sucedido en numerosas ocasiones a lo largo de los tiempos; ejemplos actuales de ello son Australia, Canadá, Singapur o Finlandia) sin recurrir a la aculturación. En definitiva, la trumpiana campaña de “English-only” está basada en una estrategia populista de consecuencias catastróficas: ofrecer una solución aparentemente simple a un problema tremendamente complejo, promoviendo, mientras tanto, el tipo de censura cultural y discriminación entre los estadounidenses que tan firmemente ha jurado combatir.

Dicho esto, ¿qué tenemos al otro lado del espectro, es decir, el de los críticos con dicha política lingüística? Reacciones pre-racionales y mucho oportunismo político. Esto es, casi tanto cinismo y populismo como el que se pretende denunciar. En otras palabras, si bien el multilingüismo es, con frecuencia, síntoma de una cierta capacidad para pensar de manera pluralista, la indignación social facilona y bienpensante que ha incendiado las redes sociales impulsada por un ramplón multiculturalismo de “Peace&Love”, así como por una romantización acrítica de la diversidad lingüística, testimonia la reproducción del mismo tipo de discurso que dice estar combatiendo. Pero hay más (y mejor): la reciente denuncia, por parte de instituciones españolas de renombre (especialmente la Real Academia Española y el Instituto Cervantes)4 de la política lingüística de Trump en términos de colonialismo anti-hispano resulta de un cinismo abrumador. Villanueva, por ejemplo, señala que los Estados Unidos son “un país lingüicida”, reproduciendo así los estereotipos propios de la representación ideológica decimonónica de las lenguas en calidad de seres vivos (por su fuera poco, Ilan Stavans habla en el New York Times del español como “lengua de resistencia”)5. Esta retórica victimista envuelta en entrañables metáforas orgánicas oculta, empero, una incómoda pero inapelable verdad: la existencia y el funcionamiento de estas mismas instituciones que ahora ponen el grito en el cielo se alimentan de la misma lógica (neo)colonial que con tanta indignación denuncian. Hablamos, en efecto, de la infame imposición colonial, a sangre y fuego, del español como lengua vertebradora del imperialismo pan-hispánico.

Y es que en la Península Ibérica la múltiples declaraciones de intenciones en 1492 a propósito de la trabazón ideológico-material entre lenguaje, política, religión y nación continuaron tomando forma a través de los siglos decimoxexto y decimoseptimo (siguiendo un eje transatlántico e interimperial) hasta sedimentar su solución de continuidad institucional durante el siglo XVIII en la creación de la academia española de la lengua o Real Academia Española (RAE, 1713). Así, si durante el siglo XV habíamos asistido a la sanción, por parte de unos Reyes Católicos en estrecha relación con la Inquisición, de la sacralización del vernacular hispanorromance en virtud de la gramática y la lexicología latino-nebrinenses (posteriormente acentuada por el discurso de Carlos V en su investidura como Sacro Emperador Germano en 1536), a comienzos del s.XVIII y con la constatación del fracaso de los Habsburgo (1701-1714) y la llegada a España de la dinastía borbónica (heredera directa de los principios del absolutismo monárquico francés), el tribunal de la Santa Inquisición se transustancia en la caterva de jueces normativizadores de una academia lingüística de sanción regalista (Marqués de Villena, cf. Medina en Del Valle, 2013) cuyo propio emblema y sello arroja muy pocas dudas al respecto de dicha transferencia simbólica y su continuismo represor católico-nacionalista:

Transferencia simbólica entre la represión de la Santa Inquisición y la propia de la RAE 1713

Así, en línea con la promulgación por parte de Felipe V de los decretos de Nueva Planta en virtud de los cuales se otorga al lenguaje un papel clave en la sistemática centralización, racionalización y estandarización del lenguaje, la función de la RAE se confiesa triple: proscriptiva (“limpia”, reflejando la ansiedad de la época en torno a la “limpieza de sangre” ), prescriptiva (“fija”, frente al dinamismo sociocultural de la época) y nacionalista (“da esplendor”, pues como ha señalado recientemente su director honorario, Víctor García de la Concha, “[la RAE] ha servido al honor de la Nación, sirviendo a la lengua que ayer vertebraba España y hoy vertebra a veinte naciones en la Comunidad Iberoamericana y aún fuera de ella. Con el Diccionario, la Gramática y la Ortografía que engarzan la unidad. Porque la vida e historia de la Real Academia reflejan la historia y vida de España”).

Pues bien, al loro: ¡estos mismos señores son los que vienen a salvar a los latinos del fascismo lingüístico!. Nos quedamos, mejor, con las palabras de “Stealers Wheel”, Clowns to the left of me! Jokers to the right! Here I am stuck in the middle with you.

 

 


  1. https://www.psychologytoday.com/blog/life-bilingual/201011/bilingualisms-best-kept-secret
  2. http://www.independent.co.uk/news/world/americas/donald-trump-administration-takes-downwhite-house-spanish-language-website-civil-rights-history-a7543121.html).
  3. http://elpais.com/elpais/2017/02/01/inenglish/1485948610_228509.html
  4. http://cultura.elpais.com/cultura/2017/01/23/actualidad/1485179598_344550.html),

https://www.nytimes.com/2017/01/30/opinion/trump-the-wall-and-the-spanish-

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