Ocho años de gobierno del partido fundado por Fraga, último exponente del fascismo europeo, han precipitado un triple proceso de crisis en la sociedad española. Ninguno de ellos, ajenos por completo a la lucha de clases, era históricamente inevitable. Los tres tienen su origen en actos voluntarios de la clase gobernante. Los tres pudieron evitarse, si los españoles de mi generación hubieran preferido la verdad a la falsificación de la historia, la libertad a las apariencias de libertad, la dignidad a la tranquilidad, la innovación de lo bueno por conocer a la seguridad de lo malo conocido. Los tres responden a la pobreza de espíritu de los pobres hombres que han gobernado España dejándose gobernar por el interés extranjero y la incompetencia propia. La crisis política se manifiesta con la quiebra del sistema territorial de Autonomías y la ruptura del consenso constitucional. Los dos fraudes que, con un pacto de silencio sobre el pasado, cerraron el paso a la democracia formal, instalando en el Estado una oligarquía de partidos y de feudos regionales. Un Estado monárquico que tuvo la torpeza de financiar, y despertar con café para todos, la ambición nacionalista de los partidos que quieren separarse de España. Suárez y los padres de la patria engendraron, con demagogia de igualdad de Autonomías y honor terminológico de «nacionalidades», el derecho de autodeterminación separatista. Aun está fresca la tinta de mi crítica a Cebrián, Ramírez, Rajoy y varios ministros de Aznar, por reconocer este inexistente derecho en un hipotético escenario de paz. ¿Lo reconocen quizás para Cataluña? Estos pequeños hombres han hecho las américas en una quimérica Nación de Naciones.
La crisis cultural ha constituido, con la ausencia de ideales y valores dignos de respeto, un bloque social de indiferencia ante la corrupción de los poderosos, fomentada por los gobiernos socialistas; la baja calidad de la enseñanza y la industria editorial, causada por el partidismo; y la depravación de las capas populares, sostenida en el apogeo de la infamia soez con las audiencias del corazón televisado, que conquistan los nuevos tribunales de la inquisición sexual.
En estas dos profundas crisis de aniquilación política y cultural de la conciencia española, el heredero de Fraga, convertido desde el once de septiembre en ángel exterminador del terrorismo mundial, se hace satélite de un emperador vengativo, se desorbita de Europa, humilla a su astro franco-alemán y provoca gratuitamente la tercera crisis, la de la unidad europea, la de su integración mediante una economía subvencionada.
Aznar, y solo Aznar, deberá responder de las consecuencias políticas y económicas acarreadas por su enfermizo complejo de inferioridad, que ya se anuncian funestas para España. Respaldado en la valentía de retaguardia del matón universal y en la soberbia incultura sobre la historia europea, el jefe del Gobierno español ha despreciado la capacidad de Francia y Alemania para responder a la insolencia de los que se benefician de la mayor aportación comunitaria de los países grandes y niegan a esos mismos países el número de votos que les corresponde por su tamaño.
Alemania, Francia, Reino Unido, Holanda, Suecia y Finlandia ya han decidido, como respuesta a España y Polonia, congelar y tal vez reducir al uno por ciento su cuota comunitaria. España deberá adecuar su contabilidad nacional al criterio común. Tal cambio aumentará nominalmente su renta nacional, con el consiguiente aumento de su aportación y disminución de su cuota en el reparto. Diez nuevos países de rentas mas bajas que la española participaran en ese reparto. De no variar la postura de España ante Francia y Alemania, se calcula que su participación en los fondos europeos puede verse reducida a una octava parte de lo que hoy recibe. La crisis económica, unida a las tres señaladas, provocará una crisis de España análoga de sentido, pero más grave que la del 98.
Artículo publicado en La Razón el 18/12/2003