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El debate sobre el porvenir de Europa es aún más pobre que las realizaciones políticas de la UE. En realidad, no puede haber este debate entre los gobernantes y partidos de los Estados europeos. Su mentalidad común sigue dominada por la inercia de un pasado (guerra fría y reparto del mundo entre dos potencias nucleares) que hacía inconcebible la independencia internacional de las naciones europeas. Una meta que parece casi imposible de pensar o imaginar en Estados nacionales que han sobrevivido, y algunos incluso prosperado, sin política exterior propia desde hace más de medio siglo.

Salvo De Gaulle, en aspectos que humillaban su arrogante idea de Francia, los jefes de Estado, presidentes de Gobierno, ministros de Asuntos Exteriores y Cuerpos diplomáticos europeos, sin necesidad de pensar por su cuenta y riesgo en el modo independiente de estar sus naciones en el mundo, es decir, sin tener que idear ni sufragar la seguridad vital de sus países (confiada a la buena voluntad de dos señores antagónicos), han terminado por adquirir hábitos mentales de servidumbre. Lo servil se ha metido en los presupuestos y preconceptos de su pensamiento sobre Europa.

No me refiero aquí al talento inferior que se espera de los hombres públicos cuando la política se reduce a la gestión administrativa del Estado, que es el ideal de todas las Dictaduras. Deseo llamar la atención sobre el hecho trascendental de que la libertad de acción política y la generación de pensamiento sobre el poder devinieron asuntos superfluos, pudiendo ser sustituidos por el consenso de partidos, a causa de la ausencia de política exterior en los Estados europeos, cuya seguridad se cobijó bajo el paraguas nuclear de una de las dos grandes potencias militares.

En esta circunstancia histórica, lo que ha degradado la cultura política europea no ha sido el mediocre nivel intelectual de la clase política, ni el alto grado de su corrupción moral, sino sus impotentes ideas, de eunucos en un harén, sobre el porvenir de Europa. Pues, bajo una dictadura o un imperio, no hay servilismo más efectivo que el de un sistema habitual de pensamiento que hace del favor de un señorío ajeno el ideal de tranquilidad en la vida propia y la fuente de su prosperidad. El Manual de Epicteto y la filosofía de Séneca encadenaron la libertad de pensamiento de la clase dirigente sin tener que acudir al suicidio de los intelectuales de Nerón. El colmo del servilismo, la condición de favorito, sólo se alcanza cuando se hacen propios los odios, temores y mitomanías del señor.
El modo de pensar el futuro de Europa en los centros de análisis y coordinación diplomática de la UE, parecido al que realizan los estrategas de los Estados Mayores sin ejército, proyecta al porvenir un temor pretérito, como si la seguridad europea continuara amenazada por la extinta Unión Soviética, como si fuera imposible mantener una política exterior independiente de la de EE UU, sin contar con un sistema propio de defensa militar que la respalde, y como si la inestabilidad de algunas zonas europeas sólo pudiera resolverse con la intervención armada de la OTAN.

Se sigue pensando, pues, con las ideas anacrónicas que sirvieron en el pasado para sostener la diplomacia del imperio británico; con las argumentadas para explicar el rápido crecimiento económico de países sin presupuesto militar (Alemania, Japón); y con las utilizadas en el presente por los «pentagonistas» de la supremacía militar, para justificar la política exterior agresiva patrocinada por el indefinido «ultraimperialismo» del presidente Bush. ¿Nueva fase del capitalismo o aventura de la venganza?

Este castillo de prejuicios y preconceptos se desmorona en el vacío mental de las fantasías ante una simple pregunta de sentido común: ¿quieren los europeos levantar un imperio que rivalice con el de EEUU? La humanidad no tiene necesidad de ser humillada también por Europa.

La Razón. Jueves 22 de mayo de 2003

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