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Uno de los pocos intelectuales que está enriqueciendo nuestra cultura, con sus análisis sobre lo político y la política, considera conveniente para los intereses de España que Aznar, separándose de la posición franco-germana, se alíe con Bush para dar cobertura internacional a la invasión de Iraq. Respeto los sentimientos. No los falaces argumentos que producen. Dice Dalmacio Negro que «observadores y comentaristas capaces e independientes comulgan» con el «antinorteamericanismo» de la izquierda tópica y el nacionalismo radical. Me doy por aludido.

La opinión pública está dividida por la mitad. El pacto entre Bush y Aznar no traduce sentimientos generales de los pueblos que respectivamente representan. Luego la oposición a este pacto no puede ser antiamericana, ni allí ni aquí. Un verdadero intelectual, en lugar de opiniones, expresa certezas sobre hechos reales y juicios de moralidad sobre los mismos. No forma la opinión pública sino que la informa. Luego no puede ser integrado en ningún «ismo» común, pro o contra algo, a no ser en el del verismo. La invasión de Iraq se justificó con hechos falsos. Luego ningún intelectual, digno de este nombre, puede aprobar una acción bélica que necesitaba ampararse en mentiras absolutas.

Para legitimar la invasión en el mal menor de una guerra preventiva, se tendrían que haber calculado por anticipado los daños que entrañaría la permanencia de Sadam en la zona petroárabe, bajo vigilancia internacional, y compararlos con los que produciría, en todo el mundo, su eliminación mediante la ocupación de Iraq. Los invasores han confesado que no calcularon el coste de una guerra cruenta y de una posguerra terrorífica. Luego ningún intelectual sensato puede apoyar una guerra preventiva sin saber que mataría mucho más de lo previsto, aumentando la inestabilidad en la zona petrolífera y el terrorismo árabe en el mundo.

Un cambio en la política exterior de España, sea por el motivo que sea, debe tener en cuenta tanto la normativa de la UE, donde se integran los intereses económicos y monetarios españoles, como el contexto político mundial, donde rivalizan por los mercados los prestigios culturales y las capacidades materiales de los Estados Unidos y la UE. Abandonando el campo de las lealtades europeas y ateniéndose al clásico cinismo de la Realpolitik, mi admirado Dalmacio opina que la alianza de España con EEUU, en perjuicio de Francia, «está a la altura de los tiempos y sus consecuencias globales no pueden ser más que favorables». Ignoro los misterios de la altura de los tiempos y la globalidad de las consecuencias.

Si deben dejarse de lado las consideraciones morales, y no tener más norte en cada momento que el del propio interés material, ¿para qué recordar dudosas actuaciones morales de Francia ante el terrorismo vasco y silenciar certezas éticas como las de llamar primera guerra de EEUU a Europa a la del 98 contra España en Cuba (Paul Valery), amparar durante 35 años a los españoles huidos de la Dictadura y no alinearse con EEUU en apoyo de Franco? Y si sólo deben calcularse las ventajas materiales, ninguna Realpolitik nos ha enseñado que la sumisión incondicional a una primera potencia sea más rentable que la lealtad a la asociación con segundas potencias que le ponen condiciones razonables, para hacer menos humillante la dependencia en último término.

¿Recula Bush de su prepotencia ante la ONU por influencia de España o para acercarse a Francia y Alemania? ¿Acaso las empresas españolas no son excluidas de la reconstrucción de Iraq? ¿Nos favorece que Aznar tenga que ser informado por Blair de lo que Francia, Alemania y Rusia negocian a sus espaldas? ¿El aumento del prestigio español en el interior de los EE UU compensa su disminución en Europa, países árabes, mundo hispánico y sureste asiático? ¿Cuál es el antiamericanismo de los que solo admiramos la democracia representativa, inexistente en Europa?

La razón. 2 de octubre de 2003

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Puede ver un pequeño resumen de la biografía de D. Antonio García-Trevijano en este enlace.
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