Claro
Oscuro
La quiebra del régimen de partidos estatales, disuelto en la incapacidad funcional de mantener su propio desarrollo, se encuentra en la situación temporal de no tener una oposición política civil que propicie su definitiva ruptura.
El miedo padecido por el establecimiento, manifestado mediante la fabricación de un estado de alarma permanente, que se proyecta a la población civil mediante propaganda, ha provocado un miedo pánico, una histeria de carácter colectivo, que paraliza a la opinión pública, incapaz, por la falta de costumbre, de desenvolverse sin el dictado de la opinión publicada.
En esta circunstancia, el tabú que supone la libertad política y la democracia formal, ambas ausentes en toda la historia de España, llega a provocar las más rocambolescas manifestaciones públicas, las más delirantes charlas de charlatanes y los más prodigiosos malabarismos retóricos, para culpar de todo lo que sucede a cualquier cosa, menos a la que existe de forma evidente ante los ojos de todos: la ausencia de control al poder estatal debido a la carencia de una Constitución y la inexistencia por tanto de garantías en los derechos civiles.
Proliferan toda clase de movimientos civiles “por la verdad” (mala traducción del anglosajón, resultante de complejos, de “para la verdad” o “a favor de la verdad”) que, aunque sintomáticamente evidencian la presencia pública constante de la mentira, ninguno de ellos apunta hacia la cuestión nuclear y esencial. Y esto se debe al miedo atávico que se tiene a la libertad fundamental, a la única fundadora de una Constitución. La que no hay o ha habido en España.
El vivo debate provocado en torno a mil y una cosas, abunda en los efectos de la mentira fundacional y esquiva con una temerosa habilidad, abordar la causa que favorece la proliferación de indignados. Y para no hablar de la libertad constituyente, de la insurrección civil, de la resistencia civil y de la desobediencia legítima a la tiranía, se recurre a los fantasmas políticos, a lo esotérico, a lo exógeno y a un mundialismo fraternal, propio de mentalidades catetas y que buscan la identidad en su propia disolución.
Podría parecer paradójico que ese globalismo mental lo causen precisamente quienes dicen combatirlo, actuando mediante una suerte de moderno trotskismo que busca arreglar primero los problemas del mundo, antes de contemplar siquiera la idea de la libertad política en España. Un mundialismo paleto de quienes creen ser “ciudadanos del mundo”, y por eso conciben una absurda dialéctica en torno al término imaginario de “pandemia”: una patología que afectaría a la totalidad de un “demos” (pueblo) global.
Y esta es, en definitiva, la manifestación estólida de una pequeña parte de la sociedad, incapaz de observar la debilidad política de quien tiene al frente de ella, la actual debilidad política de la oligarquía de partidos que se reparten el Estado, para mantenerse en el poder.
Destruir el tabú, afirmar sólidamente la necesidad de la libertad constituyente, de la causa de la degeneración política en la ausencia de la democracia, debería ser la prioridad de todas las acciones civiles y el motivo de todas sus asociaciones.
Y ahora corran… ¡corran todos a votar!