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Esperaron y esperaron a que el problema vasco se solucionara, pero en este contexto político, sencillamente, no había solución posible. En febrero de 1981 ya no lo podían retrasar más. Los reyes estaban a punto de hacer, al fin, su primer viaje oficial a Euskadi. La reina, siempre muy presuntuosa y con fama de vehemente en temas políticos, se solía manifestar a favor de dar la cara, o al menos a favor de que la dieran otros. Cuando, en enero de 1979, ETA ejecutó al gobernador militar de Madrid, el General Ortín Gil, Suárez le escatimó los honores militares en un entierro casi a escondidas, invocando la “necesidad de no cargar las tintas fúnebres“. La extrema derecha solía aprovechar aquellos entierros para dar vivas a Franco y pedir un golpe de Estado. Pero los militares, que ya demostraban públicamente su “malestar” hacia el Gobierno, acabaron por convertir el entierro, a pesar de los pesares, en una manifestación multitudinaria por el centro de Madrid. Los más exaltados acudieron a insultar a Gutiérrez Mellado. Otros se emperraron en llevar el ataúd y se lo quitaron a los oficiales que lo sacaron del Cuartel General del Ejército. Hubo empujones, golpes y carreras para recuperar el féretro. Fue un suceso del que se habló mucho. La reina también tenía algo que decir –eso sí, en la intimidad–, y echó la culpa al equipo de Suárez: “Tendría que haber asistido el Gobierno en pleno… eso entra dentro de sus sueldos“. Aun así, aquel viaje a Euskadi la preocupaba. “Fue un momento de esos en los que no sabías qué va a ser de ti…”, explicó después. “El rey y yo fuimos a aquel acto muy sobre aviso y muy alertas: nos dijeron que había algo preparado, algo contra nosotros“.

Juan Carlos de Borbón abucheado en GuernicaLa visita real había despertado un interés singular en los medios de comunicación, y los días previos, mientras se preparaba, ya ocupó las páginas de los diarios, que anunciaban que podría ser conflictiva. No había para menos. Coincidía con el telón de fondo de la crisis de Gobierno y un clima de cierta tensión provocada por el secuestro del ingeniero José María Ryan y un atentado fallido contra el cuartel de la Guardia Civil de Intxaurrondo. Pero, sobre todo, con una fuerte campaña contra la visita misma, efectuada por la izquierda nacionalista, que comenzó el sábado 31 de enero y continuó durante toda la semana. Se hicieron pintadas –en las que se podía leer “Erregeak kampora” (‘Reyes, a joder al campo‘), “¿A qué vienen?”, “Tomemos la calle, los reyes a casa‘, “Rey, no“, etc.- y manifestaciones. Hubo enfrentamientos con la Policía en los que se usó abundando material antidisturbios y pelotas de goma. Los manifestantes destrozaron coches, lanzaron cócteles molotov e hicieron barricadas en las calles. En la zona de Orereta se convocó una huelga general y en varios ayuntamientos se presentaron mociones de repulsa a la visita real.

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La presencia en la Casa de Juntas de Gernika, considerada como el acto político fundamental, estaba fijada para el 5 de febrero a las 12 del mediodía. Se sabía que el rey pronunciaría un discurso con algunos párrafos en euskera, pero no se sabía con exactitud qué harían la coalición Herri Batasuna y las fuerzas políticas y sindicales de la izquierda extraparlamentaria vasca. La única cosa segura era que, pese a las fuertes medidas de seguridad, los más de treinta representantes electos de HB al Parlamento vasco y las Juntas Generales de Alava, Guipúzcoa y Vizcaya ya habían obtenido las credenciales, por lo que tenían el paso asegurado. Algunos medios de comunicación afirmaron que habían echado lejía en la comida que tenía que ser para los reyes, o que contaban con cuatro cajas de bombas fétidas para la sala donde se reunirían con los representantes del Parlamento autonómico. Pero en realidad lo que hicieron, cuando el rey inició su discurso, fue interrumpirlo cantando con el puño en alto el Eusko Gudariak (el himno del soldado vasco). Juan Carlos forzó una sonrisa de circunstancias. Sofía se quedó pálida y el lehendakari Carlos Garaikoetxea no sabía dónde meterse. Se pudo ver cómo el rey, con la mano derecha detrás la oreja, se dirigió a los cargos electos y les dijo: “¡Cantad más alto…! ¡Hombre!, que no os oigo!“; hay constancia documental de este hecho en las imágenes de televisión. Los aplausos de los otros diputados enseguida intentaron acallarlos… Sólo fueron unos cuantos minutos, hasta que los servicios de seguridad echaron a los representantes de HB a empujones. Entonces el rey pudo proseguir el discurso que llevaba preparado, francamente oportuno, que al día siguiente reprodujo la prensa para los que se lo habían perdido: “Siempre había sentido el anhelo de que mi primera visita como jefe de Estado a esta entrañable tierra vasca incluyera la realización de un acto que sellase el reencuentro del rey con los representantes de los territorios que durante siglos fueron ejemplares por su lealtad y fidelidad a la Corona“.

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Las cámaras de televisión inmortalizaron este glorioso momento de la monarquía que, sin embargo, recibió toda clase de felicitaciones, públicas y privadas, durante los días siguientes. Josu Bergara, portavoz del PNV, destacó que había sido “un acto importante, un paso fundamental para la libertad de Euskadi“. Marcelino Oreja, entonces delegado del Gobierno en el País Vasco, declaró que la presencia del rey había provocado “horas de intensa emoción, durante las cuales se han fortalecido las instituciones autonómicas”. Los semanarios de información general se dedicaron a recoger opiniones de los personajes célebres del momento entre rosas, azules y grises (Pedro Ruiz, Silvia Tortosa, Fernando Vizcaíno Casas, Francisco Umbral, Pedro Carrasco, Ramoncín…), que, unánimemente, consideraron que el rey había estado “magnífico“, “admirable“, “muy reconfortante contemplarle tan relajado“, “ha revalidado el título“… Tan sólo los dirigentes de HB se atrevieron a decir en voz alta: “El viaje del rey a Euskadi ha sido un fracaso“. Como se podía esperar, los diputados abertzales fueron procesados en la Audiencia Nacional por injurias al rey, aun cuando declararon que no entendían que cantarle su himno pudiera considerarse una injuria: “Para insultar a alguien conocemos otros términos“. Y también tuvieron que pasar por los juzgados el alcalde y cuatro concejales del pueblo de Larrebezua, que en el pleno municipal habían aprobado una moción de censura que declaraba al monarca indigno de pisar el territorio vasco. Las instituciones del Estado a partir de entonces tomaron medidas más contundentes a la hora de “preparar” el ambiente para una visita real, metiendo en prisión a los alborotadores y censurando cualquier clase de propaganda en contra con la suficiente antelación. Pero la historia de la represión de los nacionalismos vasco, gallego y catalán es demasiado larga y hace falta llegar a un acontecimiento trascendental en la historia de la Transición, que tuvo lugar aquel mismo mes: el golpe de Estado del 23-F.

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