Claro
Oscuro
Si ETA fuera exactamente lo que dice de ella la propaganda antiterrorista, no avisaría de las bombas que coloca en objetivos civiles. Y sus matanzas indiscriminadas habrían formado ríos de sangre imposibles de vadear por el grueso de la sociedad. Nadie ha explicado todavía la razón justificativa de este rebuscado humanitarismo, aparentemente innecesario, que hace de ETA una organización terrorista menos mala de lo que podría ser.
¿Por qué reduce ETA los daños personales de sus atentados civiles, o los elimina, poniendo límites amarillos al terror del horror? ¿Para qué sabotea sus propios atentados?
Si la finalidad del aviso de bomba es alejar a las personas del lugar de la explosión, el daño sobre las cosas no constituye motivo bastante del terrorismo económico, cuyo daño recae en las compañías aseguradoras. ¿Acaso pueden sentir escrúpulos de matar a mil personas los que han matado a cien? ¿A quien desea dar ETA una imagen de moderación criminal? ¿Supone el aviso de bomba una vacilación moral en los medios o una real contradicción política en los fines inmediatos del terrorismo? ¿En qué es preferible para ETA el aviso de bomba a su estallido sorprendente? ¿Quizás está sujeto el terrorismo civil a límites cuantitativos que lo harían sucumbir si los traspasara? ¿A qué criterios obedecen esas fronteras?
No es posible responder, en un solo artículo, a todos estos interrogantes. Al formular tales preguntas, cuyas respuestas son tan decisivas para entender la mentalidad terrorista que se desea derrotar, solamente he querido llamar la atención sobre el hecho escandaloso de que Gobiernos, partidos y medios de comunicación, en lugar de analizar el fenómeno del aviso de bomba como lo que es, lo traten de modo irracional y demagógico como la catástrofe que podría haber sido.
Los medios informativos siempre ponen de relieve la cercanía de la bomba inexplosionada a centros escolares, supermercados o lugares de gran concurrencia de gentes. De este modo absurdo, conceden a ETA el eco de la potencia del mal que ella misma no ha querido actualizar, o sea, la propaganda de un crimen masivo sin necesidad de que lo cometa.
Y aún es mucho peor si, faltando a la verdad notoria de por sí, califican la amenaza de bomba como atentado frustrado, enmascarando el hecho de que el terrorismo ha consistido precisamente en el aviso de bomba, y no en el daño consumado de su eventual explosión. Aunque a veces ésta llegue por accidente o por falta de coordinación.
Es evidente que ETA asume estos riesgos y que la creación de este peligro tiene por sí misma carácter criminal. Pero también es evidente que ETA pone los medios a su alcance para abortarlo, con indudable riesgo para la seguridad de sus propios informantes.
Sin adelantar las respuestas a los interrogantes planteados en este artículo, se puede sostener que el aviso de bomba es un modo específico de tener en vilo a las fuerzas de seguridad; una manera directa de hacer patente a los ciudadanos la impotencia de la Policía para impedir que, en cualquier momento y cualquier lugar de España, ETA pueda asestar gravísimos golpes mortales a la población civil; una forma incruenta de hacer digerir a los Gobiernos la necesidad de negociar condiciones políticas para poner fin a la amenaza de atentados masivos.
Y, sobre todo, una demostración permanente de que la dirección de ETA controla la acción táctica de sus comandos y puede imprimir un sello político de pacificación en sus acciones terroristas, tan pronto como los Gobiernos, partidos y medios de comunicación se hagan a la idea ilusa, no fundada en la libertad ni en la democracia, de que la Independencia de Euskadi, sin terrorismo, es preferible a la Autonomía con terrorismo. ¡Como si pudiera ser, salvo para los liberalísimos, objeto de elección!
LA RAZÓN. JUEVES 12 DE JULIO DE 2001