Claro

Oscuro

No hay orden ni concierto en las posiciones del Gobierno y del PP frente a la autodeterminación. El desconcierto proviene del conocimiento defectuoso que tiene Aznar de la nación como realidad objetiva. Los nacionalistas quieren creer, con Ortega y Gasset y Primo de Rivera, que la nación es un proyecto común que se hace o se construye a voluntad (Pujol, Arzallus, Aznar). Si esta idea subjetivista tuviera fundamento, habría que dar la misma entidad al sugestivo proyecto común de deshacer o deconstruir naciones mal hechas. Hacer y deshacer naciones era el ideal romántico de los filósofos alemanes del XIX que dieron a los pueblos la idea de autodeterminación moral propia de personas.

Los no nacionalistas sabemos que las naciones no se hacen, sino que son involuntarias porque en ellas se nace. No es que neguemos a los vascos el derecho de separarse (cosa que no pueden hacer sin contradecirse los que tratan la nación como proyecto), es que se lo negamos a la propia España. Tan ilegítimo sería un Referéndum secesionista si sólo votaran los vascos, como si lo hicieran todos los españoles. Ser o no ser español no es una cuestión moral que la libertad colectiva pueda decidir. El crimen está en la pregunta. Someterla a discusión en las Cortes, como Aznar pide con ruda jactancia al lendakari, para que se abra un debate suicida de su representación española, negaría la esencia del Sistema. Debatir el sexo de los ángeles sería menos bizantino que dictaminar en las Cortes la condición española de los vascos. La historia impide negarla. La voluntad de renegación, al ser doble negación, la implica.

El señor Aznar ha oído campanas y no sabe dónde. Porque las ha oído, acierta cuando dice que la secesión vasca «no tiene fundamento histórico ninguno». Porque no sabe dónde, comete la torpeza de añadir una retahíla de razones inconvenientes:

1. Ser superflua, al gozar el País Vasco de niveles de autogobierno como nunca había conocido.
2. Ser la finalidad del terrorismo.
3. No respetar las reglas de juego, puesto que debe ser debatida en las Cortes.
4. No ser ético plantearla a corto plazo, cuando existe el terrorismo.
5. No estar reconocida como derecho en ninguna Constitución del mundo.
6. El derecho de los vascos a decidir su futuro ya lo ejercitan en cada cita con las urnas.

Estas razones oportunistas suponen mala fe intelectual.

El adagio popular «lo bueno que abunda no hace daño», olvida que se torna pernicioso por lo excesivo. Este rosario de razones innecesarias es contraproducente. Se vuelve contra el que lo esgrime tan pronto como dejen de ser actuales. Decir no ahora, por razones circunstanciales, equivale a decir luego sí (o es posible), si los impedimentos desaparecen. El presidente del Gobierno ha dejado entrever una autodeterminación posible.

Oír campanas y no saber dónde es un refrán significativo de conocimiento erróneo, que cristalizó en la civilización aldeana cuando el ritmo de la vida social lo marcaba el campanario y era peligroso ignorar la procedencia del tañido. Todavía se llama campanil al término vecinal. En Euskadi, el repique por la autodeterminación requiere doblar a difuntos. Cada parroquia oye su toque. Pero los campanólogos de la Transición no fundieron campanas que tocaran a libertad en el sentimiento de España. Y Aznar lo sustituye con campanillazos de respeto a lo solemne. Al cura que tenía varias razones para no tocar las campanas en una iglesia sin campanario, lo paró en seco la lógica de que todas ellas sobraban. Como sobran las de Aznar, por la razón suficiente de que la democracia basta para cerrar la puerta que la oligarquía deja entornada a fin de que el toque con sordina de autogobieno no suene, por ahora, a rebato de secesión. Los campaneros de este badajeo anuncian el peligro que ellos crean.

LA RAZÓN. LUNES 30 DE JULIO DE 2001

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