Claro
Oscuro
Publicado el 23 de junio de 1977 en “El Nuevo Reporter”
El tránsito de la infancia a la madurez es un desarrollo mental por el que aprendemos a ver y a querer la realidad como proceso. El niño no percibe la distancia, ni por tanto la dificultad, que se interpone entre su deseo y el objeto deseado. Quiere las cosas, no a las cosas, de una manera inmediata, o sea, sin actos intermedios, al instante. La niñez persigue la posesión instantánea de los objetos de su deseo, sin proseguir las etapas o fases necesarias para conseguirlos, porque carece de capacidad de estrategia. La única resistencia que percibe en la realidad es la de los padres o tutores. A una sola resistencia aplica una sola táctica. Con el llanto o la zalamería, con insistente repetición, invoca la única alternativa posible en que se encuentra: satisfacción inmediata o frustración, y en ambos casos sometimiento pasivo al dictado de los mayores. Pero los padres tienen una tercera alternativa que abrirle. Educación. Por medio de la educación se esclarece la realidad, ante la mente del niño, como un proceso de realización. De ahí que no pueda reducirse a preceptos prohibitivos o a una mera explicitación de imposibilidades materiales igualmente frustrantes. Lo decisivo es la formación de una conciencia autónoma en el niño con un permanente alumbramiento de la serie de actos que la realidad interpone entre la situación de partida y la situación deseada. En la medida que uno o varios de los actos intermedios represente un mal superior al bien buscado, el niño va sustituyendo, de forma autónoma, la primera relación instintiva entre el deseo y su satisfacción inmediato, por otra relación reflexiva sobre los medios que está dispuesto a desear para llegar a ella. La madurez se alcanza cuando el deseo, o sea, la moralidad, se conecta instintivamente con los medios necesarios a las finalidades racionalmente queridas. El maquiavelismo vulgar que justifica los medios por el fin es una cínica racionalización del infantilismo. Generalmente las intenciones o fines últimos son neutros, desde un punto de vista moral, porque no expresan nuestra relación con el mundo. La inmoralidad en los fines es una excepción que sólo está al alcance del enfermo y del fanático. Aunque en determinados periodos el fanatismo político o religioso puede contagiar a pueblos enteros. Sólo en los medios que empleamos nos comprometemos con la realidad, con los demás. Por ello, son los medios los que justifican el fin y no a la inversa. En esta relación de primacía de los medios radica el gran principio moral de la coherencia. Quien quiere los medios quiere en realidad los fines. Querer los fines sin querer, o sin conocer, los medios adecuados es propio de mentalidades infantiles y de culturas inconscientes.
Las técnicas modernas de manipulación de la psicología de las masas descansan en una aplicación sistemática de las reglas que ordenan el mundo de los niños. Predominio de la imagen y del símbolo sobre los significados, creación de mitos, culto de la personalidad paternalista, excitación de deseos de consumo inmediato, evasión y fantasía, reino de las ideas vagas y generales, inconsciencia sobre los medios y las dificultades. La publicidad comercial ha llegado a dominar a los consumidores como Paulov a sus perros. Y a los que no puede condicionar, por falta de capacidad adquisitiva, los frustra. A través de la publicidad comercial los monopolios y las oligarquías imponen la dictadura de la producción sobre el consumo. Lo mismo sucede con la publicidad y propaganda políticas, cuando no salen de la esfera de los símbolos, de las imágenes, de las grandes palabras y de las ideas generales. El elector es tratado como un niño maltratado cuando está forzado a elegir entre grandes ideas sin conocimiento de los medios concretos y de las etapas que requiere su realización. En el grado de concreción de sus programas políticos y en el compromiso con los medios particulares que proponen para realizarlos reside la diferencia entre el verdadero líder o estadista de clase y el demagogo o dictador. Está todavía por ver una tiranía que base la propaganda de su régimen en la idea de la esclavitud. Justamente ocurre lo contrario. La boca de los dictadores, y la de sus portavoces, está indefectiblemente llena de grandes y bellas ideas generales. El grado de madurez democrática de un pueblo se mide por el nivel de concreción en las ideas políticas que exija a su clase dirigente. En el terreno de las ideas generales, que son siempre expresión de finalidades últimas, no hay posibilidad de elección ni, por ello, moralidad política. Es en el camino para alcanzarlas donde se abre el interrogante y, por tanto, el debate político. El acuerdo sobre los fines (libertad, democracia, igualdad de oportunidades, cultura, vivienda, empleo, sanidad y seguridad para todos) deja enteramente abierta la cuestión del camino. Y el que yerra en el camino traiciona los fines últimos. Por ello no se hace camino al andar, sino al andar encaminado.
Pues bien, durante la campaña electoral, los dos partidos triunfadores se han mostrado de acuerdo sobre los fines abstractos y sobre el único medio concreto que nos han propuesto, la reforma fiscal. La coincidencia ha sido tan milimétrica que incluso en la última intervención televisada de sus respectivos jefes utilizaron al pie de la letra una misma y banal argumentación para justificar dicha reforma: «Que pague más quien más tiene». Era lógico que el partido del poder franquista, por su vinculación al pasado y por su táctica defensiva de la posición que ocupa en el Estado, no saliera de la vaguedad y escamoteara el debate político. Al fin y al cabo gobernar en nombre de la virtualidad de la idea es lo propio y característico de las dictaduras. Lo que no era lógico, ni prudente, es que el partido de la oposición, por su vocación de futuro y por su táctica ofensiva, renunciara también al debate, y prefiriera explicarnos el símbolo del puño y la rosa (cuyo diseño está tomando del Partido Radical Italiano) en lugar de exponernos en qué y por qué medios se alcanzará «su» socialismo. En estas circunstancias es natural que no haya podido triunfar la madurez democrática del pueblo, ni la responsabilidad de sus dirigentes políticos, sino algo más superficial, y a la vez más profundo. Triunfo superficial de la compatibilidad de dos imágenes jóvenes prefabricados, de dos lemas publicitarios, de dos símbolos ideológicos, de dos ideas generales, del dinero y del marketing. A la idea general de la dictadura ha sucedido coyunturalmente la dictadura de la idea general, al monismo ideológico el dualismo ideocrático, al totalitarismo excluyente el parcialismo exclusivo.
Este resultado superficial puede conducir a una colosal frustración si se toma como una estructuración bipartidista de la realidad política de España, como la de Alemania o Inglaterra. Del mismo modo que se dijo de un famoso día de abril que España se acostó monárquica y se levantó republicana, y ya sabemos en qué terminó el verdadero despertar , ahora quieren convencernos de que España se acostó dividida y querellante y se ha levantado integrada y sin lucha de clases. Debe ser por este sueño por lo que el jefe de uno de los partidos vencedores, que se pretende marxista, ha calificado al 15 de junio como la fecha más importante del siglo XX y tal vez del XXI. ¿Hasta cuándo durará tan peligrosa, infantil y gigantesca ficción? Afortunadamente el pueblo ha tenido el suficiente instinto para hacer que triunfe, a través del resquicio que abrían las elecciones, algo mucho más profundo. La libertad y la democracia contra la continuación en el poder del franquismo. La ruptura contra la reforma. El PSOE ha servido de cauce instrumental para la expresión de este voto popular. Esperemos que sus dirigentes sepan interpretarlo, colocándose a la altura de la circunstancia. Porque de no hacerlo puede volver a repetirse en España la trágica historia de la Restauración.
La Redacción del Diario Español de la República Constitucional quiere hacer mención especial al repúblico Francisco Javier Briongos Gil por la aportación de este valioso documento.