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Lo que comenzó como mito griego y realidad fenicia, Europa, continúa siendo, treinta y cinco siglos después, mito político y realidad económica. Aquí parece confirmarse el pensamiento más antiguo: «De donde las cosas sacan su origen, allí también irán a aniquilarse». Heidegger partió de esta sentencia de Anaximandro para preguntarse si la civilización estaba en el crepúsculo de una noche anunciadora de otro alba, más allá de Occidente y Oriente, en el que Europa comenzaría la historia por venir. Pero la UE ejemplariza en sentido contrario el significado de esa sentencia. La ideología de Europa se originó como orientación, en el comercio púnico por el Mediterráneo, y se desvanece hoy en el mercado único de la globalización atlántica. La acción de Europa, su razón de ser, muere siempre que está a punto de nacer.

¿Ha llegado tarde a su cita con la historia universal? ¿No hay lugar para ella, en un mundo gobernado por el club de los 8 Estados nacionales más ricos? ¿Se ha independizado la economía mundial de la política? ¿Hace vacua la transnacionalidad en grandes empresas a la multinacionalidad en grandes Estados? ¿Se ha transformado la disuasión militar en instrumento decisivo de la dominación mercantil? ¿Se ha convertido el armamento más destructivo en el argumento moral de la civilización tecnológica? ¿Retornamos con la postmodernidad a los fundamentos del Imperio romano o a los de Cartago?

Éstas son, a mi modo de ver el mundo, las cuestiones que debe afrontar el pensamiento europeo. Las interesantes reflexiones sobre Europa de Renan, Nietzsche, Burckhardt, Dostoievsky, Kierkegaard, Tolstoi, Sorel, Romain Rolland, Thomas Mann, Jaspers, Valery, Ortega, Eliot, Hazard, Benda, Reynol, Díez del Corral, Siegfried y tantos otros talentos, han de ser revisadas y actualizadas a la luz de los acontecimientos posteriores. La decadencia de Occidente (Spengler, Toynbee) la desmiente EEUU.

La revisión de la idea europea ha de iniciarse en su origen. Pues la enseñanza transmitida por los buscadores de Europa, tras su rapto por los cretenses, no es la de una desgracia familiar que dejó vacía de vida espiritual las tierras de Canaan, sino la de una solución cívica que debía de construirse en Poniente, contra la piratería terrorista, para garantizar la paz en el Mediterráneo. El mito de Europa se realizó con la colonización fenicia de Occidente, desde el Helesponto a las columnas de Hércules. Y después de aquella empresa colonizadora, las acciones europeas no han cesado de crear civilizaciones universales, sin encontrar patria en Europa.

Este despliegue de acciones europeas, sin agotarse en ninguna de ellas, ha constituido el ser y la identidad de Europa. La síntesis greco-romana y hebraico-cristiana explica la religión occidental, pero no completa la definición de Europa. Gleba, Burgos, Estados nacionales y Soberanía de los Príncipes no salen de esa síntesis espiritual. Grecia, Roma, Cristiandad, Renacimiento, Reforma, Contra-reforma, Revolución, Contra-revolución, Romanticismo, Nacionalismo, Racismo, Totalitarismo, Filosofía, Ciencia, Técnica, Arte, Industrialización, Liberalismo y Socialismo han sido genuinos fenómenos europeos, pero ninguno de ellos acción de Europa. La unidad en la diversidad o pluralidad no la distingue del resto del mundo.

El mito del rapto de Europa no responde a un hecho real, pero hace comprender de modo maravilloso la idea de Europa como ausencia. Noción que implica la de posibilidad y necesidad histórica de su presencia. El mito es más fácil de aceptar ahora que en el propio mundo griego. No porque pueblos extra-europeos hayan comprado, robado o imitado las invenciones que hicieron dueñas del mundo a las potencias europeas (Díez del Corral), eso no conlleva ausencia, sino porque la absoluta falta de justicia internacional y su remedio se comprenden de golpe con la elocuente metáfora del secuestro de Europa por EEUU.

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