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Santiago Abascal aprendió de Antonio García-Trevijano que los partidos políticos no deberían cobrar subvenciones porque eso los convierte en servidores del estado y traidores a su electorado. En el debate que mantuvo en octubre en el Congreso de los Diputados para censurar a Pedro Sánchez, no renunció a incorporar esta idea como parte de su programa, pero los medios de comunicación no prestaron ninguna atención y prefirieron recrearse en el retrato de un franquista trasnochado.

Sin embargo, Abascal o bien fue deshonesto al incluir esa pretensión o no se da cuenta de lo que significa quitarles el dinero público a los partidos. Si los españoles no pagaran a los partidos con sus impuestos, el régimen de la partidocracia se vendría abajo, imposibilitando el sostenimiento de una fuerza motriz de propaganda, promoción y colocación de sujetos inútiles en las estructuras de poder. El dinero público en manos de los partidos es un disolvente de la inteligencia y la honradez y, en cualquier caso, Vox, con cincuenta y dos diputados y estructuras de poder en todas las comunidades autónomas, ya está demasiado atado a esa maquinaria y no va a renunciar a ella. Quien juega al deporte de la oligarquía de partidos debe aceptar sus reglas o, si no, desaparecer. Porque, aunque Abascal continuara empeñado en eliminar las subvenciones a los partidos, sus compañeros se le echarían encima para impedírselo y ni siquiera él podría dominarles. En un partido que cobra del estado, el jefe no es el presidente sino la caja de caudales.

Pablo Casado se separó de las líneas marcadas por su ex compañero de partido y se adentró en una nebulosa ideológica que le confunde con lo que, hasta hace poco, era el Partido Socialista. Casado ha pasado a ocupar un punto equidistante, que muchos llaman “centro político”. Hasta Pablo Iglesias subió para elogiarle y no dudó en compararle con Cánovas, aquel que se alternaba en el poder con Sagasta. Iglesias no quiso ser irónico, pero lo fue tal como dicta el canon del teatro griego, puesto que la intención de Casado con este acercamiento es la resucitación de una especie de turnismo o, como alternativa atrevida, la constitución de una gran coalición, que pasa por ser lo más razonable y moderno porque es la que casi se puede llamar “forma de gobierno” de la Alemania del siglo XXI.

Las maniobras posteriores del líder del PP han ido dirigidas a convencer a los poderes fácticos de que es el complemento perfecto de Sánchez, tan razonable como para condenar el decreto de alarma anticonstitucional del gobierno y tan servil como para abstenerse en su votación. Iglesias se tomó la moción de censura como una pelea en el gallinero de la derecha y quizá no se dio cuenta de lo mucho que tiene que temer a Casado.

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