Claro

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Al Dr. Rafael Gazo Lahoz

Voy a tratar de explicar algo, que tal vez ayude a meditar y a sobrellevar mejor la situación política, a través del entendimiento interior de lo que todo el mundo observa exteriormente.

La sana inquietud, que todo lo que actualmente nos rodea trata de sofocar, forma parte del propio hálito de la vida e incluso del natural instinto de supervivencia. Considero por eso que es normal que incomode e indigne la quietud y pasividad de la que estamos, al menos en apariencia, rodeados. Una quietud social, en la mayoría de los individuos, que es impropia de la juventud y es sin embargo adecuada a la vejez, a jóvenes viejos acostumbrados a vivir en la ilusa idea de la paz perpetua, que es la propia de los cementerios. En tal situación de quietud, que es la insignia de la muerte, de lo inanimado, es lógico que no se tenga gran aprecio por la vida y su valor, y por ese motivo no se perciba siquiera el peligro en la temeridad que supone inyectarse una substancia experimental y muy probablemente, altamente tóxica. Hasta ese punto llega el efecto del desánimo, el derrotismo y de la quietud política reinante.

Por lo tanto, a diferencia de lo que debería de ser la búsqueda de la felicidad y el hábito mental de la serenidad, la práctica que lleve a tratar de acomodarse a esa quietud y pasividad circundante, es la de un camino hacia el suicidio. Considero que nadie inteligente debería de tratar actualmente de adaptarse o de integrarse socialmente en esa actitud mayoritaria, evitando con ello la discusión y la disidencia, la insurrección frente a todos los partidos del Estado.

Es natural que las personas no deseen los altercados, o la violencia constante, o la barbarie tumultuosa. Pero sin embargo es contraproducente y causa de desánimo el tratar de adecuarse a esa quietud política, a la atonía moral con indolencia y a la falta de vitalidad que actualmente atenaza a la mayoría. Y lo es porque esa desesperanza que padecen, causada por décadas de padecimiento y sometimiento a la corrupción moral, exhibida públicamente y sin pudor ninguno, es la que lleva a crear fantasmas y miedos de la mente que impiden toda acción positiva de lucha por la propia vida y la libertad colectiva.

Mantener la serenidad y el sosiego, buscar el relajo de la reflexión, es completamente distinto de la práctica de la quietud política, del desentendimiento de lo público y de la atonía moral. Precisamente si algo puede salvar esta situación española tan aparentemente desesperada, es la inquietud, la moralidad de un orden ético y la búsqueda de la felicidad de la minoría que la conserve, en contra de la mayoría que la desconoce o la olvida. Nunca es la mayoría la que cambia el curso de la Historia. Ninguna revolución política la causa nunca una mayoría. Sino que es provocada siempre por una pequeña parte social que es naturalmente inquieta y vital, que no se rinde ante la adversidad y que mantiene un espíritu combativo en la búsqueda constante de la felicidad.

Procurar hoy la libertad política colectiva en España, que es la libertad constituyente, es algo revolucionario y que no tiene por qué ser violento o tumultuoso, sino vitalista, moralmente positivo y socialmente beneficioso. La alternativa política a lo que hay hoy en España es la democracia representativa, con separación de poderes y partidos políticos y sindicatos que sean civiles y no estatales.

 

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