Claro
Oscuro
La hazaña es de las que hacen época. Un puñado de españoles pertenecientes a la crema de la Transición, y expertos en comprar bienes públicos con dinero del vendedor estatal, descubrieron la piedra filosofal del gran capital financiero en el barrizal de la clase gobernante argentina. Todo lo que tocaron esos artistas de la ingeniería financiera en líneas aéreas, petróleo, gas, teléfonos, electricidad, bancos, seguros, fondo de pensiones y medios de comunicación, mientras la economía austral se deshacía, la clase media se arruinaba y el pueblo se hundía en la miseria, lo convirtieron en deuda para el Estado argentino y oro exportable para ellos.
La prensa británica habla con celos del retorno de los conquistadores españoles. Los medios argentinos califican de expoliación el modo de actuar allí las empresas españoles que han concurrido en el rápido proceso de privatización de los monopolios estatales, realizado por el Gobierno de Carlos Ménem, durante la década 1989-1999, mediante el soborno (coima) de los legisladores y de la Comisión bicameral de Reforma del Estado que debía controlar el proceso.
Los propios datos estadísticos del Ministerio de Economía acreditan que la deuda externa de aquel país se multiplicó (desde 65 a 146 mil millones de dólares), en lugar de reducirse, con la inversión de capital extranjero para la compra de las empresas estatales privatizadas.
El crisol que hizo posible la alquimia financiera de aumentar la deuda exterior con el aumento de las inversiones foráneas, lo fabricaron dos grandes expertos en fusión de aleaciones especulativas con bienes estatales fungibles.
Los dos máximos exponentes de la aluminación de materiales socialistas, Carlos Ménem y Felipe González, utilizando como razón de Estado las presiones del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo para que se privatizaran las empresas estatales argentinas, prepararon el desembarco de la docena de ejecutivos de la transición económica en España que borraría, a golpe de plicas a dedo y coimas al bolsillo, la buena fama de los cuatrocientos empresarios españoles que unieron su porvenir al de la nación argentina.
No es posible comprender la nueva animadversión argentina hacia España sin conocer el modo como se han conducido allí las grandes empresas de aquí. Sin duda, su conducta deshonesta ha sido propiciada por la corrupción general y la supina incompetencia de la clase dirigente argentina. Pero los competidores de otros países interesados en la explotación de los servicios públicos argentinos no dejarán de alimentar una nueva leyenda negra. No tanto por el precio de saldo con el que se adquirieron monopolios de servicios públicos de alta rentabilidad, sino por los graves y sucesivos accidentes que siguieron a su privatización (incendio de un Boeing de Aerolíneas, sobrepasado de horas de vuelo, en el aeropuerto de San Luis; eyección de una azafata por una puerta abierta en pleno vuelo, gran apagón de Buenos Aires, etcétera), que la opinión pública atribuye a codicia en el ahorro de gastos de mantenimiento.
Una investigación del proceso privatizador, concentrada en las adquisiciones de las más emblemáticas y estratégicas empresas argentinas, realizada por los periodistas argentinos Daniel Cecchini y Jorge Zicolillo, acaba de ser publicada por la editorial FOCA, en un libro que lleva por título «Los nuevos conquistadores» y por subtítulo «El papel del gobierno y las empresas españolas en el expolio de Argentina». Comencé a hojearlo con la desconfianza que me inspiran las publicaciones de escándalos financieros y corrupciones políticas, pero su rigor en los datos me hizo leerlo por completo en una sola noche. En él no encontré más demagogia que la del subtítulo. Pues no puede hablarse de expolio de Argentina por unas empresas españolas que sólo han participado en un poco más del 15 por ciento del proceso privatizador.
LA RAZÓN. LUNES 17 DE JUNIO DE 2002