Claro
Oscuro
Vivimos en la inopia. Ni siquiera sabemos a quién o a qué damos confianza y obediencia. Los votantes marchan ciegos y mudos, por caminos que no conocen, de la mano de administradores del miedo, la ambición, la ignorancia y la corrupción. Las ideas comunes sobre los partidos políticos son tan irreales que siguen siendo las mismas que las imperantes en la opinión vulgar hace más de un siglo. Como si no hubiera afectado a la naturaleza y condición de los partidos el hecho trascendental de que, al final de la Segunda Guerra Mundial, pasaran a detentar el monopolio de la representación de la sociedad política, junto a la exclusiva de la acción estatal, con total abandono de la representación de la sociedad civil, que era su función, en el Estado parlamentario. Aquel decisivo golpe constitucional, contra la libertad política de la sociedad, que excluyó de la legalidad al partido nazi y al comunista, buscó su legitimación en el Estado de partidos que idearon los juristas de la República de Weimar, para lograr la integración autoritaria de la sociedad mediante la conversión de los partidos en órganos de la constitución del Estado.
Esta fórmula tan expeditiva, propia de una época asustada por la desintegración social que producía la lucha de clases, creó el clima cultural que permitió el fácil triunfo de la idea, aún más expeditiva, del Estado Total. Aniquilado éste por las armas de la democracia norteamericana, los partidos resurgentes pensaron, ante el vacío de poder, que lo equivocado en la moderna dictadura totalitaria no era el carácter estatal del partido que realizaba la integración de la sociedad en el Estado, sino el hecho de que la tuvieran que realizar, por su condición antiliberal de partido único, mediante terror institucional. Las víctimas ocuparían con sumo gusto el lugar estatal del verdugo, para poder continuar su mismo designio en un nuevo Estado de partidos, al que se seguiría integrando la sociedad por medio del consenso. Forma de suprimir, con abundantes libertades, la libertad de pensamiento y de acción política. A la modernidad fascista sucedería, sin ruptura moral, la postmodernidad cultural del consenso. La misión integradora del partido único la continuaría mejor el pensamiento único. Así se incorporaron al Estado los actuales partidos de integración.
La explosión de sentimientos partidistas que inundó el panorama español cuando se disolvió el partido único de la dictadura tuvo una pasión motriz muy diferente de la que tiene hoy la militancia de la nada en partidos de gobierno y de integración. Aquella aún era una pasión ideológica de carácter societario que, en momentos de ilusa esperanza, llegó a embargar de entusiasmo a las bases de los partidos históricos y a las nuevas organizaciones de la izquierda social. La fugacidad de aquel primer sentimiento de la libertad política delató, ya desde entonces, su índole ilusoria. Aquella gente no sabía que su entusiasmo callejero, sin objetivo práctico que alcanzar, era entretenido por los secuestradores de la libertad política para hacerle creer que el pacto concertado entre ellos en secreto -Monarquía de partidos y Constitución de su Régimen sin elecciones constituyentes- había sido fruto de una conquista popular de la libertad. No les bastó la traición y añadieron, para salvar su imagen, el escarnio. Cuando el bloque constitucional quedó fraguado, y no había ya imagen que salvar, la pasión de partido de integración perdió toda traza de su huella ideológica y se transformó con naturalidad en pasión de funcionario estatal y de administrador incontrolado de bienes públicos. Esta nueva pasión administrativa no sería comprensible sin conocer la naturaleza burocrática y la función autoritaria del objeto de la pasión, es decir, sin saber qué son y qué hacen los partidos de una sola oligarquía estatal.
LA RAZÓN. LUNES 27 DE MARZO DE 2000
Blog de Antonio García-Trevijano