Claro

Oscuro

Ya no es posible, sin huir de la realidad, mantener por más tiempo la absurda creencia de que el Gobierno, si quiere, puede enderezar la situación. Si no lo ha hecho es porque no puede, porque está encadenado a las complicidades de su pasado. Todo lo que diga o haga estará condenado a permanecer en la oscuridad de la incoherencia y en la impotencia de la acción. Tampoco es ya posible, sin proclamarse imbécil, tener la esperanza de que la sustitución del Presidente del Gobierno, por otro miembro de «su» personalísimo partido, daría a la corrupción política otra nueva oportunidad de regenerarse desde el poder, como la del 6 de junio. Pero nada será peor para los españoles, y el prestigio de España, que prolongar aún más, con dimisiones subalternas en cadena, la agonía irreversible del poder felipista. Por mucho que nos interese saber si tales o cuales de sus excelencias eran delincuentes, lo que de verdad importa conocer, cuanto antes, es la causa que ha hecho de este régimen político una escuela de delincuencia. No sea que un falso diagnóstico del mal agrave la enfermedad con la terapia aplicada. De lo que no se puede dudar es de la gravedad cualitativa de la crispación social que está produciendo la crisis política. Que no es una simple crisis de gobierno, sino verdadera crisis de Estado, de toda autoridad.

Causas aparentes de la corrupción hay tantas como superficiales opinantes: mayoría absoluta, prepotencia gubernamental, falta de control en comisiones de investigación, excesivo gasto electoral, cultura del pelotazo, cultura de irresponsabilidad política en España (explicación oficial), legislación defectuosa en la contratación administrativa, larga duración del partido en el poder, «liaisons» peligrosas, tren de vida ostentosa, falta de competencia profesional para trabajar en la sociedad civil y, en el colmo de la originalidad de pensamiento analítico, ¡defecto antropológico de la humanidad! Lo que nos faltaba para quedarnos tranquilos. El Gobierno y el partido socialista están corrompidos porque la humanidad es corruptible y porque, en particular, el poder corrompe. Si además se añade la insulsa cita de Lord Acton la cuestión queda zanjada. Un cambio de gobierno hacia la derecha social no evitaría la corrupción a no ser que el Partido de Fraga sea inhumano, lo que es muy posible, o no alcance el poder, lo que parece improbable. Y todo este río de palabras y de tinta para no decir que la corrupción es inherente a todas las formas de poder oligárquico, y muy en especial a la que se organiza en el Estado de partidos. O sea, para ocultar que la corrupción es incompatible con el poder republicano en un Estado democrático.

Antes que reconocer la causa de la corrupción, antes de admitir que el régimen de la Monarquía parlamentaria, inspirado en el modelo postbélico italiano, no es, ni puede llegar ser, una democracia formal (no representa a electores sino a partidos y no hay separación de poderes sino de funciones), la ideología dominante, producto del miedo sin motivo y de la ambición sin fuero, prefiere seguir poniendo paños calientes en las erupciones purulentas del sistema político, sin darse cuenta de que así extiende los gérmenes del mal político a otros elementos del cuerpo social, tan alejados entre sí como banqueros que pagan a Filesa, alcaldes rurales que falsifican peonadas o agencias de viaje que estafan al Estado con una red de millares de cómplices militares. Hemos llegado a un punto de no retorno. Y queramos o no, lo sepamos o lo ignoremos todavía, pronto tendremos que hacer una elección decisiva. Seguir caminando por donde vamos, con la vana ilusión de que otro partido adecentará los arcenes del camino encenagado, o sacrificar el régimen del costoso y corrupto Estado de partidos (y de autonomías) a las reglas formales y al espíritu público de la democracia, en una nueva forma de Estado que salve la dignidad de España y la economía productiva de los españoles.

EL MUNDO. LUNES 2 DE MAYO DE 1994

 


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