Claro
Oscuro
Cuando se afirma que la Reforma de la Dictadura era expresión de lo real y la Ruptura, de lo irreal, no se está haciendo filosofía política de la realidad, sino metafísica ontológica. El realismo político («Realpolitik») no mira los hechos referentes al poder al modo como el realismo filosófico considera la realidad del universo. Pues aunque uno y otro están dominados por el lema de que conocer la realidad equivale a obedecerla, y desconocen que los hechos nos vienen cargados de teorías o creencias, el primero ignora y renuncia a conocer, como si no existiera, la parte de la realidad que aún no se ha concretado como poder efectivo. Padece ilusiones ilusas en el conocimiento de lo real. Hace del mundo político un universal concreto que, por ser incompleto y parcial, resulta profundamente falso y cínico. Se mueve, así, en círculo vicioso, entre el exceso de idealismo intelectual y la falta de idealismo moral. Cosa difícil de admitir para un marxista. Por eso, tuve que acudir a la ironía, más que al humor, para reducir al absurdo el argumento de Tierno Galván, en defensa del realismo de Transición, cuando ocupaba la Alcaldía de Madrid.
No había visto a Enrique Tierno desde que emprendió su andadura por el camino oportunista de la Reforma. Nos encontramos de modo fortuito en una maravillosa tarde de mayo, que nos juntó en el Club de Campo durante la entrega, a mi hijo Juan Diego, de un premio del Ayuntamiento en el Concurso Internacional de Hípica. Puso interés inusitado en hacer un «aparte» conmigo, tanto para justificarse del abandono de la ruptura democrática, como de la integración de su partido en el PSOE. Una y otra decisión las basó en la clásica sandez filosófica del realismo político. «Pensaba, le dije sonriente, que eras marxista y agnóstico. Me alegro de que la prueba ontológica de la existencia de Dios te haya convertido a la fe del creyente en el poder». Cazó la zumba, pero no su pertinencia. Por lo que añadí: «Según acabas de decir, la esencia realista de la Reforma implicaba la necesidad de su existencia, mientras que la esencia idealista de la Ruptura pedía que otro poder fáctico le diera la existencia. ¿No es acaso el argumento de la prueba ontológica en San Anselmo y Descartes?». Déjate de zarandajas metafísicas, me respondió, «lo decisivo en las vocaciones políticas es la eficacia, la posibilidad de hacer cosas buenas para los demás, desde el único sitio en que pueden hacerse, desde el poder. La izquierda socialista ha aprendido la lección». Eso no te lo puedo negar, asentí, «si no fueras Alcalde socialista, la izquierda no podría haber entregado a mi hijo el premio que ha ganado en este club aristocrático. La infanta Doña Pilar te está esperando en el palco para despedirse».
La «Realpolitik», nacida en el ámbito de las relaciones entre los Estados, se extendió a la concepción interna del poder en los países liberados del nazi-fascismo, a principios de los años 50, como producto de la guerra fría, para dar subsistencia, en lugar de existencia, a lo derrotado que se expulsa de la conciencia de la realidad. Este neorrealismo del poder, nacido en Alemania a la par que el neorrealismo estético en Italia, llegó a España con veinte años de retraso. Justo a tiempo para asegurar, a la muerte del dictador, que el «realismo existencial» del poder franquista no fuera perturbado con la concesión de legalidad al «realismo subsistencial» que sostuvo, en la clandestinidad, la frustración de la realidad bélicamente eliminada de la conciencia de lo real. La Transición, como su movida cultural, es fenómeno neorrealista. Puso transitoriamente en el poder al realismo subsistencial para dar continuidad al realismo existencial del poder neofranquista. Neorrealismo político: mediante consenso voluntarista se decide no percibir la falta de libertad colectiva en la constitución de las realidades de poder.
LA RAZÓN. LUNES 13 DE NOVIEMBRE DE 2000