Claro
Oscuro
La Transición política puso de relieve importancias sociales que, como accidentes geográficos en la superficie terrestre, han llegado a constituir la actual orografía de la cultura. El mapa de las cimas y simas culturales lo crea y recrea la acumulación de sedimentos primitivos en la inveterada costumbre de reverencia al poder desvergonzado, y las continuas depresiones o socavones en el suelo firme de la crítica irreverente y la argumentación «ad verecundiam». El espectáculo de lo vulgar o mediocre atrae la visión pública de lo público. Cumbres de prestigio y abismos de proscripción perfilan el paisaje urbano donde se desenvuelve la vida de la inteligencia y de la emoción. Así como el texto de las Constituciones del poder político es el mejor escaparate de la idiosincrasia pasional de los pueblos, como lo demuestra mi nuevo libro sobre las «Pasiones de servidumbre», el contexto de las relevancias culturales denuncia los grados de sensibilidad moral y los niveles de mentalidad civil entre los que se mueve el gusto y la opinión en las sociedades nacionales.
Las relevancias sociales de la Transición al partidismo están a la vista en el mundo cultural y editorial. No las describo, pues no he perdido mi tiempo en conocerlas por dentro, salvo en la parte que nos imponen sin remedio los medios de comunicación. Eso basta para confirmar la utilidad higiénica del instinto, hecho prejuicio consciente durante el franquismo, de no ver ni leer nada que no sea algún bello producto de la libertad creadora. Si he conservado en mi obra intelectual algunas trazas de sinceridad mental, o decente gusto expresivo, lo debo a ese prejuicio contra todo lo que triunfa a favor de las corrientes del poder. Sospecho de todo lo que reluce con la falta de libertad política. Aunque pueda equivocarme en alguna singularidad artística, no traspaso el umbral de las falsedades culturales. Lo cual me ha dado una perspectiva ingenua, que siempre trato de preservar, para ver el sistema de valores de la Transición a través de las relevancias sociales de artífices y medios difusores de la cultura vendida.
No puede ser obra del azar que los dos únicos tratadistas de la relevancia fueran filósofos judíos huidos del nazismo a sendas cátedras universitarias en EE UU. Distintos caminos reflexivos les llevaron, en vidas paralelas, a conclusiones casi idénticas. Las relevancias no son las «importancias» de que hablaba Ortega, ni las «pertinencias» del comercialismo editorial, pues constituyen un sistema formal. Sea, como pensó el lituano Aron Gurwitsch, en el campo temático de la conciencia voluntaria, donde los datos copresentes en un tema forman un contexto unitario cuya unidad es «la unidad por relevancia». O bien sea, como creyó el vienés Alfred Schutz, con el tipo ideal o esquema de referencia cultural definido por el cuadro de relevancias sociales o impuestas.
La empresa editorial PRISA no ha logrado dar importancia real ni pertinencia cultural a su producción por la calidad de sus obras, que son artificiales, sincréticas y mediocres, sino por haberse constituido al amparo del poder político en sistema unitario de relevancias sociales y políticas de la Transición. La relevancia sistemática levantada por el periódico El País y las empresas editoriales que lo arropan no expresa, como se dice vulgarmente, el poder de la cultura, sino la cultura del poder, y a un régimen de poder corrompido por la falta de libertad política y por el consenso, le corresponde, como referencia ideal, el sistema de relevancia formal impuesto y consagrado por un tipo de cultura oligárquica, corrompido en su raíz por defecto de sinceridades y exceso de pretensiones a la distinción honorífica. Trayendo la originalidad de la «Fiera» crítica a las relevancias literarias, LA RAZÓN procede al modo de Vico cuando, con su retorno de las naciones, puso el estado ferino antes que las familias, la aristocracia y el principado.
LA RAZÓN. LUNES 15 DE ENERO DE 2001