Claro
Oscuro
Aunque los terroristas lo crean, el terrorismo no puede ser equiparado a la guerra. Ni en sus móviles, ni en sus medios, ni en sus fines, ni en sus efectos. Son fenómenos distintos por su naturaleza íntima y su función. La naturaleza de algunos asuntos vitales, difíciles de perfilar por lo que realmente son, se ve con más claridad poniendo la mirada en lo que justamente no son, es decir, en la naturaleza de sus contrarios. A esta necesidad obedecen las definiciones negativas, y entre ellas la de que la guerra exija la declaración previa y solemne del estado de guerra como equivalente a la ruptura del estado de paz.
Si la paz es lo contrario de la guerra, y ésta es fenómeno tan diferente del terrorismo, se equivocan gravemente todos los que ponen en la paz la finalidad de la política antiterrorista. Pues, sin pensarlo ni darse cuenta, también ellos confunden, como ETA, el terrorismo con la guerra. Conseguir la paz civil en el País Vasco sólo puede ser un objetivo pertinente para quienes consideran que esa parte de España está en estado de guerra.
A menos que se prescinda por completo del significado propio de las palabras ¬para que reine la confusión como modo de evitar la crítica eficaz de los actos de gobierno¬, hacer de la paz la prioridad absoluta del Gobierno Vasco, ofende el sentimiento de los gobernados en Euzkadi, que no están en guerra entre sí ni con el resto de España. El terrorismo no es un estado, como el de la guerra y la paz, que afecte a todos los ámbitos de la sociedad, pero sí una situación de particular inseguridad que no admite ser definida por la negación de la seguridad general. La inseguridad vital de los colaboradores del Estado se produce dentro de la normalidad en la seguridad ciudadana. Por ello, lo sorprendente pertenece a la esencia del terrorismo. Sólo por accidente, o por impericia de sus agentes, causa víctimas ajenas al Estado y a la sociedad política.
Son los amenazados por ETA, movidos por vagos anhelos de sentirse más protegidos en la universalidad de la amenaza, y los propios Gobiernos, tendentes a exagerar el peligro de lo que no saben controlar o les sobrepasa, quienes convierten la situación de miedo personal, muy justificado, en estado de alarma social injustificada. Con esta extensión del miedo particular de unos pocos a toda la sociedad se alcanza el objetivo del terrorismo.
Esto bastaría para descalificar a los insensatos promotores de la paz sin estado de guerra. Una torpe acción de propaganda que, además de ser inútil, es contraproducente. El Gobierno Vasco es consciente de la falta de sentido de la palabra paz. Por eso, luego de usarla como gran estandarte de su programa, la sustituye en seguida por otra más conforme con el propósito que lo anima: «pacificación».
Una expresión que parece mejor porque implica la acción concreta de hacer concordar los elementos discordantes en la sociedad vasca.
Pero la idea de pacificar, tanto si es usada en su significado estricto como en el analógico de apaciguar, no es tampoco adecuada a un programa de Gobierno que desee resolver la situación creada por ETA.
Se pacifican los rescoldos de una guerra civil terminada con victoria, reprimiendo al adversario al modo eficaz de Franco o conciliándolo al modo inteligente de Lincoln.
Se apaciguan los ánimos bélicos para que no estalle el conflicto, paliando los motivos de la voluntad que los envenena o superando el «casus belli» en una nueva situación de libertad integradora. Si el Gobierno Vasco pretende ser el pusilánime pacificador de unas cenizas aventadas por una historia de 60 años, la voz derivada de pacificar que lo define con precisión sería «pacato».
Y si quiere ser el apaciguador del conflicto separatista, manteniendo el inexistente derecho a la autodeterminación que lo produce, la palabra derivada de apaciguar que lo califica con gran exactitud sería «pazguato».
LA RAZÓN. JUEVES 19 DE JULIO DE 2001