Fue realmente hilarante, si no fuese por la majestuosa tragedia que presagiaba, advertir, en el primer instante en el que las voces de los jefecillos de los Partidos se alzaron en marzo de 2020 para ordenar un arresto domiciliario, cómo una sociedad civil con la tez lívida por la sorpresa, se prestaba puerilmente para obedecer, animados por el estruendoso ruido provocado por las Televisiones y todos los Medios escritos. No es ya sólo que con gesto mohíno se apresuraron a acatar lo que no entendían, es que ni siquiera se ocuparon de preguntar, a los especialistas en la Medicina, para tratar de comprender el despropósito. Tal es la magia que obra el efecto del consenso político sobre los súbditos españoles, que el miedo a perder su estatus es la causa que mayormente propicia que peligre. Y mediante la ideología socialdemócrata de la igualdad, todos creen saberlo igualmente todo.
Tras pocas semanas, salieron de sus casas con los ojos a duras penas entreabiertos, más por la ceguera de su pensamiento, que por la vuelta a las calles para recibir la luz natural del día. Y en esa situación, en la que cabría esperar algún tipo de reacción airada, antes de haber tiempo para un sano intercambio de pareceres, fueron desvencijados por la moda del uso de bozales y distancias sociales, usando el nombre de una terapia médica para revocar unos derechos individuales. Fue tan eficaz la propaganda, que no siendo ni siquiera legalmente obligatorios los bozales, la gran mayoría, confundida por los periodistas, los adoptó como si lo fuesen.
Al vicio secular de la envidia, que ha caracterizado como el peor de los atributos a la sociedad española, la degeneración de un régimen de partidos estatales ha logrado añadir una fatal misantropía. Eso explicaría un inquietante aumento de la zoofilia, que parece haber acumulado una hegemonía de hábito suficiente, como para paliar las frustraciones de una convivencia sin libertad política.
Además de la degeneración cultural española y de la aniquilación de toda la industria en las anteriores décadas, la disfunción en el equilibrio de la oligarquía en el Estado, incorpora hoy el miedo a la vida, el culto a la enfermedad y la negación de la muerte como hecho natural. Arrastrando así, a quienes siguen estas prácticas, a una meliflua y onerosa conducta de cobardes, que enmascara las peores perversiones morales.
La eugenesia de Estado, supone la eutanasia para la monarquía de partidos. Motivo por el cual, ignorantes, fracasados, misántropos, zoofílicos e idiotas corrompidos por la ética del Estado, se afanan por escarbar con sus uñas la tierra bajo sus nichos, buscando una muerte digna. Denodada pugna de cadáveres partidocráticos por encaminarse hacia el infierno. Así, con ese ahínco misantrópico, forjan el porvenir de sus herederos.
Hay esperanza en la libertad constituyente, en la oposición política que a duras penas establecen los abstencionarios, como la hay en todo aquello que naturalmente provenga de la constitución material de España, contra la coyunda ominosa de la oligarquía partidocrática. Y la hay especialmente porque han comenzado por lo principal: negarse a participar votando, e identificando a su enemigo moral: las facciones del Estado.
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