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La opinión pública sometida a la opinión publicada, termina haciéndose las preguntas incorrectas y tomando sus dudas de los asuntos que no las ofrecen. Por ese motivo no se aprecia que si en algo no hay ni el más mínimo lugar a la incertidumbre, es en lo que respecta a la procedencia de los virus; de cualquier virus que pueda ser descubierto. Todos ellos son naturales y los produce nuestro propio organismo, ya que estamos compuestos por ellos. No se trata de unas partículas exógenas, extrañas o forzosamente indeseables, que procedan de un éter incierto y que tengan el propósito de enfermar a entidades biológicas vivientes de la Naturaleza, mediante ataques de ésta contra sí misma, de los que habría que defenderse mediante la tecnología.

El gran problema que existe, es el del desconocimiento que de esta materia tiene un público amplio, cuya opinión supersticiosa se forma en las novelas, en las películas de Hollywood y, por equivocada analogía del término, en su uso en el área tecnológica de la computación electrónica, provocando en la sociedad rituales de comportamiento intrínsecamente ridículos que imitan los que tienen una producción fantástica. En la computación, a lo que se denomina “virus” no tiene absolutamente nada que ver, ni remotamente, con los fragmentos de materia inerte que estudia la biología. Los virus informáticos son fabricados con reglas matemáticas; los que existen naturalmente, los reales, no. En los laboratorios de biología no se crean virus, se estudian. Por eso, en todo este asunto, una de las mayores estupideces, es la de haber hecho relevantes las cuestiones que no lo eran. Como si un virus fuese algo fabricado y como si pudiese escaparse de un laboratorio secreto, en lugares remotos, cuyo patrono fuese una suerte de Fu-Manchú o de villano de las novelas de Ian Fleming.

Por otro lado, como esa ignorancia es compartida por la práctica totalidad de los periodistas que escriben o que hablan sobre el asunto, finalmente la confusión es total. Algo alentado además cuando los columnistas poco avezados que son autorizados por este Régimen, tratan de explicarlo a otros, como si fuesen igualmente imbéciles, hablándoles de “un bicho”. Un bicho es una forma de vida, un ser vivo; mientras que un virus es materia inerte, un pedazo de materia sin voluntad autónoma y sin la capacidad para desarrollar un comportamiento dirigido a preservar su propia integridad.

De cualquier virus, se encuentre clasificado e identificado por la Ciencia o no, no existen dudas sobre su origen: la Naturaleza. Y por eso se encuentran por doquier, puesto que son necesarios para la vida y están únicamente asociados a la materia orgánica. Fíjense cuán indeseable puede ser algo cuya existencia forma parte de todas las formas de vida del planeta, a pesar de que, desatinadamente, se haya bautizado con el nombre de “veneno” (virus).

Pese a todo, entiendo bien que vende muchos más Periódicos plantear éstas cuestiones como si fuese una tarea detectivesca en los relatos de espías y misterios, de modo que mantenga entretenidos a los espectadores a la espera de una resolución que concluya la novela grotesca que tiene en vilo a los españoles.

En este clima de estupidez, de histeria colectiva inducida por la irresponsabilidad de quien gritó ¡FUEGO! sin que lo hubiese, a través de unos enormes altavoces, se plantean las preguntas a las que invita un miedo pánico. “¿De donde viene este virus? ¿Quien lo ha soltado en el aire? ¿Cómo podemos defendernos y escondernos del ataque de gérmenes invisibles?”. Y las respuestas a estas preguntas sin sentido, que ni siquiera son las que puede plantearse ningún científico serio (especialmente porque la Ciencia no es prescriptiva, sino descriptiva), no las ofrecen ni los médicos, ni los laboratorios, ni las empresas farmaceuticas; las ofrece el Estado de partidos que hay en España, cuyas delirantes terapias para las cosas inexistentes, pasan inevitablemente por medidas administrativas y burocráticas. Por eso únicamente un imbécil, un cretino, es quien podría plantearse siquiera cuestiones acerca de “la mala gestión del Gobierno” en referencia a todo este fraudulento asunto, falso desde su propia base. Porque todo eso lo concibe en función de su adhesión sentimental y devocional, para cuestiones cuyas causas son mentales, no físicas o biológicas. Es normal que su demencia y corrupción moral quiera llevarlo a resolver el problema según su hábito, según la educación estatal que ha recibido: votando bien, al Partido adecuado que le ofrezca un cobijo y el abrigo de una falsa seguridad.

En esto sucede como con el golpe de Estado que organizó Juan Carlos de Borbón en 1981, donde todavía quedan demasiados pobres ingenuos esperando una solución “cuando se hagan públicos unos papeles clasificados” que ni siquiera existen y que nunca llegarán. Los fantasmas del miedo que produce la mente, únicamente los espanta la propia mente, no los hechos o las evidencias.

Y ahora, corran, corran todos a votar… con bozal.

NOTA: Publicado originalmente en la red social norteamericana Facebook el 27 de agosto de 2021

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