Claro
Oscuro
Cuando la propiedad y el contrato son capitanes de la justicia y tenientes del orden público; cuando los galones de la riqueza determinan el estado civil; cuando los derechos adquiridos ponen coto a la libertad de acción pública; cuando la información y la opinión se someten a intereses empresariales entregados al favor del Poder; no hay más libertad que la de respetar lo establecido. Los partidos de izquierda, sin razón de ser, devienen palabrería de secta y el Estado no disimula, bajo sus casullas de litúrgica neutralidad, la parcialidad de sus administraciones y, menos aún, los doblegados cuerpos que las visten, por altivos que los haga ser la ignorancia de la índole parcelaria de su actividad. El humanismo en la acción política es un rayo de luz que no emerge del activismo administrativo.
No hay un sólo partido que sea de izquierdas, pese a la rebeldía que afloran sus reivindicaciones frente a las injusticias de la desigualdad, porque no hay, ni puede haber, fuente de alegría general en los estancos de las esperanzas particulares. Donde la parcialidad no tiene cabida, en la conquista de las reglas de la democracia, nacerían los nuevos ideales dichosos de la izquierda política, si la hubiera. El respeto de todos los partidos a la propiedad y al mercado los hace a todos de derechas, porque todos han enterrado el estandarte de la libertad política. Sentir, con aleluyas de clase, la idea igualitaria de la vida obrera, frente a la visión parcialitaria de la vida capitalista, no impulsa ya a emprender con sano optimismo una acción política libertadora. Y sin alegría, la izquierda sólo puede ser mala conciencia de la derecha. Algo negativo indigno de gobernar. Pues nadie que no sea poeta o filósofo de la naturaleza -haga la parcialidad que haga- puede inundar lo humano con la alegría universal de la libertad.
Los hombres y mujeres que impulsan el activismo público en las sociedades de mercado, no pueden tener más satisfacciones, ni sentir otras alegrías, que las nacidas de su propia parcialidad. El personaje político no es distinto, en esto, del común. Pues todos sufrimos y gozamos por lo que hacemos o padecemos en el modo, necesariamente parcial, de estar en la vida. A diferencia de los creadores de grandes ideas o de raras bellezas, donde la alegría brotada de su parcialidad tiende a confundirse con la alegría del universo, el hombre de acción en general, y el hombre de partido en particular, hacen de sus alegrías y satisfacciones forzosas tristezas y frustraciones para la otra faz de la moneda. Lo condenable, en ellos, no es su normal egoísmo parcialitario, sino su contumaz fabricación de ilusas esperanzas globales.
Se ha dicho mucho sobre el totalitarismo del Estado de partido único. Poco, sobre el partidismo del Estado de varios partidos. Y nada, sobre el inevitable parcialitarismo de todos los Estados dominados por el Mercado. Lo opuesto al Estado total no es el Estado liberal, una utopía del pensamiento que jamás ha tenido encarnación en el mundo real; ni tampoco el Estado plural, una modalidad de la acción pública que otorga la libertad política, en exclusiva, a los partidos adueñados del poder constituyente; sino el Estado parcial, forma moderna de exaltar, con libertades políticas subordinadas a las civiles, la parcialidad del Estado, la imposibilidad de un Estado neutral en una sociedad plural. Las reglas de la democracia sólo pueden ser neutrales si garantizan la libertad política colectiva. Cosa que no ocurre, como sucede hoy, cuando los partidos huyen asustados de ella hacia el refugio del Estado, comportándose igual que los enemigos tradicionales de la libertad. Pues los discriminados sustentados en el Poder nunca la niegan en su propia parcialidad. Y sin libertad política indiscriminada, la alternativa a lo totalitario no puede ser lo democrático, sino lo parcialitario. Lugar donde la izquierda sin alegría se hace, por fin, de derechas.
LA RAZÓN. LUNES 8 DE NOVIEMBRE DE 1999
Blog de Antonio García-Trevijano