Claro

Oscuro

Salvo el brillante paso del siglo XVIII al XIX (Napoleón, Kant, Goethe, Goya, Beethoven, Laplace, Jefferson…), los cambios de siglo no han coincidido con los grandes cambios en el espíritu social de los tiempos. Y ahora, destruida casi por completo la esperanza de la liberación del hombre por medio de la política, la economía, la ciencia, la técnica, el arte o la educación, que ha sido la inmensa obra, moralmente demoledora, del siglo científico y tecnológico de la civilización industrial, la humanidad entra en el XXI sin izquierda, desprovista de ilusiones colectivas.

La historia no olvidará que la época más fulgurante en el dominio de la razón sobre los misterios de la materia y de la conciencia (Max Planck, Rutherford, Einstein, Hubble, Heisenberg, Freud…), la más prometedora en la curación de enfermedades y prolongación de la vida humana, la de más alto nivel de bienestar en la cuarta parte de la población mundial, ha sido también la más tenebrosa en el aplastamiento sistemático de la nobleza de las almas y de la libertad moral de las conciencias, la más cruel en genocidios y torturas, la que ha sacrificado el porvenir humanista de la humanidad a la ambición desaforada de poder, al infame consenso político y a la explotación tecnológica de la propensión de las masas a la servidumbre voluntaria.

Siendo muchos los motivos de orgullo sectorial, el contradictorio siglo XX siempre será, por la monstruosidad inaudita de sus crímenes, el siglo de Hitler y Stalin. Y por la liberación de las energías descomunales del átomo, el de Hiroshima y la conquista de la Luna. Por la instantacidad de la noticia, será el siglo de la Televisión y la libre manipulación de una opinión pública mundial. Y por la racionalización del consumo de masas, el de la empresa transnacional y la sistemática corrupción del Estado de partidos. Por la especialización en el trabajo, será el siglo de la productividad, la enseñanza de las humanidades y la división de la cultura en culturas incultas. Y por la utilidad inmediata de la investigación biológica y militar, el siglo de la industria farmacéutica y genética, y el de guerra, droga y terrorismo. Por la necesidad de pleno empleo en el sistema de seguridad social, será el siglo del feminismo de cuota y de la moda juvenil. Por la inutilidad de la política en el Estado de partidos, el siglo de los estadios, los espectáculos de histeria colectiva, las sectas pseudorreligiosas y las migraciones turísticas. Por la automatización editorial, el de la libertad de expresión sin libertad de pensamiento: el siglo de la informática. Y no será, pese a la unidad monetaria, el siglo de Europa.

La segunda mitad del siglo XX ha creado un tipo de civilización que habría escandalizado a las ideas progresistas del 1900. La alianza de la potencia material y la decadencia moral comenzó con la funesta propaganda de la guerra fría. La mentira, la doblez y la corrupción de los gobernantes penetraron, como ideal de vida oportunista, en todos los círculos dominantes de unas sociedades arruinadas y amedrentadas. Cuando hoy se defiende nuestro modelo de sociedad no se describe la democracia formal, ni los ideales colectivos de una existencia digna y sincera, sino un modo de producir, consumir, mandar, obedecer, enseñar, recrearse, hablar y pensar, donde el bienestar material nace, y se alimenta, del malestar cultural causado por la ausencia de libertad, verdad, justicia y belleza en el discurso público.

El siglo XX planteó, desde su inicio, un problema de justicia social igualitaria que, contra lo que pensaba Marx, la sociedad no podía resolver. La izquierda socialista marginó, o sacrificó a su ideario justiciero, la cuestión prioritariamente básica de la libertad política colectiva. El siglo termina, precisamente por eso, y para fracaso de toda la humanidad, con la extinción total de la izquierda política.

LA RAZÓN. LUNES 15 DE NOVIEMBRE DE 1999


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