Claro

Oscuro

Para el propósito democrático, lo prudente en el tránsito a la libertad habría sido romper con el espíritu de la dictadura y con los hombres que la sostuvieron. Reformarla desde dentro, sin prever las consecuencias, era una temeridad de la inteligencia de la situación y, sin ánimo de liquidar las bases inmorales del Régimen, una cobardía de la voluntad de poder liberador. Pero dominó entonces, y aún domina, la opinión contraria. ¿Por qué? ¿En qué cultura moral se apoyó el oportunismo de la traición de los partidos ilegales a la causa de la democracia? ¿Cómo pudo ser que tal fraude político fuera tolerado o compartido por lo dos millones de ciudadanos que se habían movilizado hasta finales de 1976 en favor de la ruptura democrática? ¿Cómo osaron los jefes de partido cometer semejante felonía? Algo muy perverso debía anidar en lo más profundo del alma española cuando la temeridad y la cobardía de una traición, por egoísmo ciego de partido, pudo ser representada en público como acto de prudencia casi heroica.

Si la prudencia fuera la virtud moral que regula todas las demás, como proclama la cultura católica, la justicia se haría siempre injusticia, la fortaleza debilidad y la templanza cobardía. Y si se toma por un conocimiento mundano al estilo de Gracián, no se diferencia de las majaderías del arte de ganar amigos. Pese a que Schopenhauer se tomara la molestia de traducirlas al alemán, las máximas del «Oráculo manual y arte de la prudencia» no son más que la picaresca de la buena sociedad. Mientras que la prudencia sea habilidad para guardar silencio y abstenerse de la acción, cuando habría que hablar y actuar, o para manejar a los demás en utilidad propia, cuando se tendría que obrar con leal franqueza, incluso la ética de las costumbres (Kant) se tiene que fundar en un conocimiento tortuoso del mundo que hace prosperar la astucia o la pusilanimidad.

No hay prudencia donde el cálculo de los riesgos, o previsión, se separa de la voluntad de dominio de la situación y de los medios que razonablemente podrían superarlos, o provisión. La previdencia y la providencia son las dos funciones integradas en la prudencia. Que no es una cualidad moral, pues la tienen los animales, sino un conocimiento práctico de la vida en sociedad para guiarnos en la ejecución de propósitos comunes. Cuando falla la previdencia nace el imprudente temor o la temeridad. Si lo hace la providencia se cae en la miserable ética de la situación, es decir, en el imprudente vicio del prudencialismo.

Los partidos ilegales habían previsto desde siempre los riesgos reales que implicaba su propósito común de romper, a la muerte del dictador, la legalidad de sus instituciones. Y, mediante su unión en un programa de acción constituyente de la libertad, se habían prevenido del peligro dotándose de medios sociales y de voluntades políticas coherentes al propósito perseguido. Pero al caer de repente en el sofá de Palacio, como pasó a Saulo al caer del caballo (Pablo recomendó prudencia a los cristianos, pero no demasiada), su anterior previsión y providencia les parecieron de improviso, y sin explicación racional, catastróficas. Y sin mediar palabra inteligible se convirtieron, asistidos por el espíritu sagrado de la Monarquía, a la Reforma de la dictadura y al consenso de la oligarquía. La conversión fue tan rápida que ya no tuvieron tiempo para tener previdencia y prevención de la improvisada situación política que creaba su participación en el plan del Gobierno de la dictadura. ¿Era prudente para la moral pública que el nombre de la libertad fuera presidido y gobernado por dos hombres de la dictadura? ¿Era prudente para España que la demagogia anticentralista de los ex franquistas fuera apoyada por los partidos antifranquistas? ¿Era prudente el perjurio?

LA RAZÓN. LUNES 25 DE SEPTIEMBRE DE 2000


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