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Juez Coke
Juez Coke

Tocqueville (“padre fundador de los Estados Unidos”, al decir de un tertuliano pepero) volvió de América maravillado de que en aquella democracia (¡la democracia!) un juez de primera instancia pudiera echar el alto a una ley que le pareciera anticonstitucional.

Chiribitas se le harían los ojos hoy a Tocqueville en España, donde el Estado deja a un juez de lo Contencioso-Administrativo el marrón de resolver el movimiento sedicioso de las “esteladas”, que a esto se refieren los españoles que repiten, como loros arrobados, la tautología “Estado de Derecho”.

Inglaterra dio al juez Coke, que explicó al bruto de Jacobo que no era la monarquía el sostén del derecho, sino el derecho el sostén de la monarquía. América dio al juez Marshall, que con su “Marbury contra Madison” sentenció la separación Estado-Nación para siempre (quiere decirse hasta hoy). Y España ha dado al juez Calidad (García-Pelayo), al juez Vengador (Garzón), al juez Estigmas (Bacigalupo), y ahora, a un juez de lo Contencioso-Administrativo como representante, el más modesto, de un poder, no “presque nulle”, que diría Montesquieu, sino “presque inexistent” en un país que va camino de consagrar la sedición como derecho constitucional (maravilla que no vio Tocqueville en América), entre el aplauso de los jefes políticos de la “presque inexistent” nación.

El temple personal suele ser tropical –dice mi filósofo–. Hay cerebros como una selva suramericana y otros como un desierto árabe, sembrados sólo con huesos.

Y hay que decir que, así como en América es común dar con electores intelectualmente superiores a los candidatos, en la partidocracia los jefes de partido son, por una ley de Murphy que tengo comprobada, la “crème de la crème” del electorado: por más que ustedes busquen, no encontrarán a un solo votante de Rajoy superior a Rajoy ni a uno de Snchz superior a Snchz ni a uno de Rivera superior a Rivera ni a uno de Pablemos superior a Pablemos, la cumbre.

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